La historia discurre de forma directa, diáfana y sin dobleces y las distintas tramas juegan a darle mayor profundidad.
Hay que destacar la ingenuidad de unos chascarrillos en los que C. Arniches exprimía su magín con juegos de palabras y ocurrencias para regocijo de los espectadores coetáneos pero que hoy hacen sonreír por su candor.
La película es suave, buenecita y envuelta en un halo de inocente idealismo que a veces encuentra su contrapunto en un hiriente punzón de dramatismo.
También es folclórica, costumbrista y turística de un Madrid que recién terminada la guerra exhalaba bocanadas de gran ciudad junto a las forzosas y muy austeras condiciones de vida.

Representa una excelente oportunidad para disfrutar con la interpretación de un sobresaliente elenco -A. Ribelles, L. Prendes, J. Isbert, etc.- en aquellos años difíciles.