En esta ocasión a W. Allen le cuesta entrar en materia más que otras veces pero su habilidad entre las cámaras consigue minimizar esa cierta lentitud inicial.
Su tratamiento cinematográfico es tan perfecto, su guión tan equilibrado, su factura tan correcta, su ritmo tan preciso y todo su quehacer tan profesional que la película fluye con naturalidad y los inconvenientes se van soslayando con soltura.
A medida que el metraje avanza el film gana enteros, giros inesperados confieren viveza al argumento, los cabos sueltos se van uniendo de forma coherente y las tramas se perfilan como definitivas.

Woody domina lo que se trae entre manos y sabe cómo salir airoso de todos los problemas.