Media hora de incertidumbre en el patio de butacas porque se barrunta que algo grave está a punto de suceder pero los segundos transcurren en vano y sólo una ambientación musical adecuada y una fotografía brillante suplen la lentitud de la acción.

Y cuando, por fin, llega el momento de la verdad, al espectador se le pide que acepte una prosopopeya desmesurada y que se haga cómplice del largometraje.
Connivencia que no siempre se puede aceptar.

La actuación de B. Davis en 1976 merece destacarse.