Cuando las historias se entrecruzan en una vorágine de cotidianidad abyecta, sólo la cámara de P. Almodóvar puede seguir su rastro sinuoso, combinar las tramas, encontrar un punto de referencia y presentarlas al espectador envueltas en papel de celofán.

La psicología del desesperado, la mirada del condenado, la astucia del artero, el sigilo del mirón, el descaro del poderoso, la inocencia del pobre de espíritu, la duda del ingenuo, la certeza del descreído, la provocación del inseguro, el llanto del pusilánime y la ambigüedad general representan sus respectivos papeles en el teatrillo de la vida.

Es como si el director manchego hubiera escuchado sus confesiones a través de un ojo de cerradura que no deseaba guardarse los secretos para sí.