Larga propuesta en la que F. Fellini da rienda suelta a sus demonios personales mediante un simbolismo algo abstruso y por momentos ingenuo a pesar de la pretendida altura intelectual que se le suele atribuir.
Los diversos episodios que componen el meollo narrativo se suceden en una estructura dialéctica discontinua de manera que el esqueleto de la trama se configura como una invitación a la reflexión por acumulación de elementos.
Se advierte su deliberada voluntad de provocar y también su desencanto.
Y aunque la película no merece ese fervor popular que se le dispensa, hay que reconocer su valor como ejercicio estético a pesar de que seguramente en la voluntad del autor primaba más la pretensión de carácter ético.