Puestos a adoptar el papel de los irreverentes, la provocación de esta película sólo escandaliza a los pusilánimes.
Puestos a enarbolar la bandera iconoclasta, la transgresión de esta película sólo dibuja esbozos que no hieren y que no ofenden.

Y, sin embargo, puestos a ofrecer una visión crítica, personal, creativa y valiosa, hay que reconocer que esta película apunta buenas formas.
Hay que admitir que se atreve con el argumento y que lo desarrolla con relativa franqueza.
Pero hay que censurarle que no termine de conformar una trama admirable porque sus intenciones se malogran en el campo de las apariencias más que dirimirse en el ámbito de las ideas

La figura del nazareno brinda a la mano de un buen director algo más que la ocasión para trasladar al celuloide una pequeña dosis de irreverencia, un lustre tímido de rebeldía y algo más que un apunte menudo de visión crítica.

Quienes amamos el cine tenemos la impresión de que, una vez más, se ha perdido una gran oportunidad.

Y tememos que Scorsese lo sabía.
Tememos que lo supo en cuanto terminó su película.