La opresión de las rejas que controlan la voluntad y la agresión de unos muros que retienen los anhelos y sofocan la ilusión representan un marco recurrente a lo largo de la historia del cine.
Con estos mimbres el drama carcelario está servido.

El rostro endurecido, el talante desquiciado y la rebeldía contenida se combinan con el miedo, con el odio y con la desesperación.
La película conjuga los tiempos, adjetiva las situaciones con matices poderosos y con rasgos que definen un modo de interpretar la vida.
Sobresaliente actuación de B. Lancaster y de H. Cronyn bajo una dirección sobria, certera y efectista de J. Dassin.

Desde afuera nos parece obvio que la única misión de encarcelado es intentar la fuga.
Desde adentro se posee la certeza de que la única batalla que importa es la que se libra contra uno mismo.