Con un humor deliberadamente saturado, explícito y algo burdo (casi siempre sobreactuado) J. Lewis propone esta comedia muy del gusto de Hollywood en los años sesenta.

Él mismo dirige, es coautor del guión e interpreta a un protagonista desmarañado, hiperbólico y teatral.
Por lo tanto casi todo el mérito y el desdoro de la película recae sobre sí mismo.
Digamos que se trata de una lectura cómica de una de las obras más celebradas de R.L. Stevenson que en forma de película no llega a la altura del escritor británico.
Pero resulta entretenida y puede mover a la reflexión.