A partir de un relato sencillo, H. Beaumont consigue elaborar una estupenda película gracias a su habilidad discursiva, a su capacidad de fabulación, a una ambientación excelente y a una cámara versátil cuya complicidad con el director siempre realza el vigor de cada situación
Pero el final resulta algo precipitado, tiende en exceso a lo convencional y su moralina parece innecesaria.
J. Crawford, vitalista, veinteañera, pizpireta y seductora, ofrece una magnífica interpretación tanto en su registro dramático como en la faceta desenfadada y además nos obsequia con algunos pasos de baile y alguna pieza musical.
C. Gable y N. Hamilton le dan la réplica a gran altura.
El cine hablado todavía estaba en sus comienzos pero sus posibilidades de futuro ya se adivinaban magníficas.