Un afilado acero disemina sobre la pantalla sus semillas de macabro contenido porque W. Castle ha decidido asustarnos una vez más con esa combinación inflamable de violencia física y de niebla psicológica.
La parsimonia en el desarrollo de la trama contrasta con su rotundidad así que no puede extrañar que la película resulte candente, visceral y enigmática.
Sorprende por su expresividad, por el fuerte impacto emocional y transita siempre por el camino de una intriga tensa que provoca desconcierto.
Las escenas representan un ejemplo de cálculo y la cámara se desliza hasta donde más conviene.
Y durante toda la proyección, por encima de las circunstancias del presente, sobrevuela el eco de los acontecimientos que sucedieron en el pasado.