El film, tanto en su contenido como en su mensaje, es una llamada de solidaridad contra del maltrato a los animales y muy especialmente a los que, después de su muerte violenta, son aprovechados para la venta de sus más preciados trofeos.

Para ello, el director Gilles de Maistre ha aprovechado un guion de colaboración familiar en el que la sensibilidad y el amor por los felinos corren enfrentados con el uso fraudulento de lo más codiciado de sus restos. Esta circunstancia todavía hoy forma parte de algunas de las expediciones expresamente organizadas para este objetivo final.

Sin duda, esta es la auténtica moraleja de un largometraje destinado a abrir los ojos, a veces semi entornados, de una generación moldeada para demostrar singular afecto para sus congéneres, pero poco dispuesta a considerar de forma ejemplar al resto de pobladores de nuestro mundo.

En el reparto, nos reencontramos con la actriz Daniah de Villiers, y como su madre, con Mélanie Laurent, la auténtica heroína de una película que, si bien está realizada y rodada de acuerdo con los más clásicos procesos del cine, sirve para poner al descubierto, una vez más, el trasfondo de un delito que sigue aflorando bajo la falsa apariencia de una competición cinegética. ¡Alto el fuego!

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