La ópera prima del cineasta francés Just Philippot apuesta por reflejar la realidad actual de la producción agrícola, mediante un drama familiar causado por la falta de recursos económicos y la muerte del padre.

Con un arranque lento y al más puro estilo documental, Philippot presenta a Virginie (Suliane Brahim) como madre viuda que trabaja incansablemente por intentar obtener solvencia de la cría de saltamontes, aunque sin lograrlo.

El argumento se ve corrompido por un hallazgo que suscita adicción y se dirige hacia un desenlace letal cuando –después de un ataque de ira, causado por la frustración, y un golpe en la cabeza– Virginie descubre que los saltamontes se reproducen a un ritmo vertiginoso al ingerir sangre.

Tras una primera parte que apunta a un simple drama familiar que sostiene la tradicional tensión entre madre e hijos adolescentes, el film adquiere un tono inquietante y Laura (Marie Narbonne) y su hermano pequeño Gaston (Raphaël Romand) viven desesperadamente como, poco a poco, la extraña obsesión que su madre desarrolla con los saltamontes la va consumiendo.

Desde el punto de vista escenográfico y visual, la opción del director es clara: dominan los planos y sonidos sugerentes que acrecientan la sensación de malestar provocada por el hilo argumental. Se trata de una mezcla aparentemente bien conseguida, que fusiona un entorno rural y naturalista con sutiles intervenciones de efectos especiales que aportan a la cinta un toque de ficción.

En definitiva, una buena actuación por parte de Suliane Brahim y Marie Narbonne que representan hasta dónde puede llevarnos el instinto de supervivencia del ser humano y la desesperación en el contexto de una película poco destacable.

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