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Voto de Revista Contraste:
8
7,1
2.330
Documental. Drama Diario íntimo de una mujer de clase acomodada, Vivian Barrett, ilustrado por las filmaciones caseras de su marido León, un rico industrial, entre los años 40 y 60 del siglo pasado. La película es también un melodrama clásico a lo Douglas Sirk o Todd Haynes, con los sentimientos a flor de piel. Un viaje en volandas a través de la vieja Europa. Un ensueño romántico.
11 de diciembre de 2020
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando parece que ya se ha inventado todo en el universo cinematográfico, Núria Giménez debuta con un título que demuestra que eso no es así. Su obra reflexiona sobre la idea de cine en un ejercicio muy inteligente.

El film presenta extractos del diario de Vivian Barrett –como subtítulos, sin necesidad de una voz en off– acompañados por imágenes que filmó su marido entre la década de los 40 y los 60 del siglo XX. Para ello, hace un uso magistral de los silencios y de algún sonido puntual para subrayar ciertos momentos. Esta característica le da mucho poder a la narración, que no es más que otro relato familiar, en concreto acerca del matrimonio. Y, en este caso, se cuenta a través de los pensamientos íntimos (incluso confesiones) de la mujer y consideraciones acerca de las citas de su autor de referencia: Paravadin Kanvar Kharjappali.

Sin embargo, todo esto no es más que una ilusión, aunque quizá sea una que vale la pena descubrir a posteriori, después de haber visto la película. Y es que resulta que ni Vivian, ni su marido, ni Kharjappali, ni la crónica que los relaciona a todos existieron nunca. Lo cierto es que Núria Giménez encontró las cintas que grabaron sus abuelos en vacaciones y decidió hacer un excelente montaje con ellas. Después, elaboró un guion inventado acerca de unos personajes que creó, convirtiendo así a sus abuelos en actores que los interpretan, sin ellos saberlo.

De esta manera, la directora propone un concepto un tanto enrevesado: un documental “de mentira”. Por eso, a pesar de que las imágenes son reales, narran una trama de ficción muy verosímil, que atrapa al espectador y logra mantener el interés hasta el final. Y ahí es donde se difumina la línea entre la verdad y la mentira, entre la realidad y la ficción, entre el material de archivo y el manipulado, pues no se concluye qué género (un documental al uso o unas grabaciones caseras pero versionadas) tiene más valor de veracidad. Y es que, como el propio Kharjappali afirma: “la mentira es solo otra forma de contar de la verdad”.

Por todo esto, My mexican bretzel es un experimento formal prodigioso y poético. Es una propuesta completamente novedosa, bastante valiente, a la que merece la pena dedicarle un pensamiento. Está claro que no es un divertimento para pasar el rato, sino una reinvención que puede desarmar a la audiencia, no solo por sus cavilaciones acerca del matrimonio, la intimidad o la insatisfacción vital, sino por la interesante ironía con la que juega.

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Revista Contraste
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