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Voto de Revista Contraste:
8
Drama Londres, en la década de los 1950. Williams es un veterano funcionario enterrado bajo el papeleo de la oficina mientras la ciudad se reconstruye después de la II Guerra Mundial. Al recibir un demoledor diagnóstico médico, vacía su cuenta de ahorros y se dirige a la costa. Se promete hacer de sus últimos días un tiempo significativo, pero se percata de que no sabe cómo hacerlo. Después de que un misterioso desconocido lo lleve a la ... [+]
5 de enero de 2023
2 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuatro genios y un joven muy listo han sido necesarios para crear Living, una preciosa y exquisita película que, como el mejor regalo de Reyes, nos llega a las pantallas en este comienzo de 2023.

Living es una nueva versión de Ikiru (Vivir) escrita y dirigida en 1952 por Akira Kurosawa (primer genio). Con esta materia prima, extraída de un clásico del cine, era difícil no generar otra obra maestra, aunque no sería la primera vez que la torpeza o las falsas pretensiones fulminan una adaptación de este estilo.

El film ideado por Kurosawa narra la vida gris de un funcionario entrado en años bloqueado por la noticia de que le quedan pocos meses de vida. Con la misma calma exterior con la que ha vivido, hace frente a la avalancha de emociones que van a acompañarle los próximos meses intentando encajar en ella su pequeño mundo familiar y laboral. La reflexión sobre nuestros años en la tierra, la huella que dejamos en nuestro entorno y, en definitiva, en qué consiste vivir se va mostrando con la elegancia y plasticidad con que solo los genios como Kurosawa saben hacerlo.

La adaptación del guion corresponde a Kazuo Ishiguro (segundo genio), escritor japonés afincado en Inglaterra y ganador del Premio Nobel de Literatura en 2017. Su maestría narrativa y su biografía hacen que personifique en sí mismo la fusión anglo-nipona imprescindible para trasladar con éxito la historia de Kurosawa al Londres de los 50. De hecho, elegir dicha ubicación espacio-temporal tiene mucho que ver con el propio Ishiguro, ya que fue el momento en el que se instaló en Londres. En Living quiere rendir además homenaje a un modo de vida (el de los gentlemen británicos y la devoción a las formas) que empezaba a perderse con la irrupción de un consumismo que, cada vez más agresivo, haría cambiar las prioridades de la sociedad. Todo cambio es una crisis y, por ello, Ishiguro utiliza la ambientación de su cinta como refuerzo metafórico a la crisis a la que se enfrenta Mr. Williams, su protagonista.

Y en este punto entra en el juego el tercer genio, Bill Nighy, interpretando al protagonista con la contención y expresividad que corresponde al personaje. Cargado de sutileza va mostrando su transformación conforme camina de su anodino pasado a su lucha por vivir con intensidad lo que le queda, pasando por el desconcierto y el temor que la noticia le ha provocado. Es cierto que todo el elenco le acompaña intentando alcanzar su calidad, dando lugar a escenas memorables en cuanto a actuación, como la de la cena con su hijo y con su nuera o todas aquellas en las que comparte plano con la joven Aimee Lou Wood.

Y como ya me estoy alargando demasiado, paso al (la) cuarto genio: Sandy Powell, la diseñadora de vestuario de, por citar solo algunas de sus obras, Gangs of New York, Las hermanas Bolena, La reina Victoria, Michael Collins, Shutter Island, La invención de Hugo o El regreso de Mary Poppins. Era imprescindible recrear el ambiente de la época en la que se desarrolla la crónica para transmitir eficazmente las sensaciones que Ishiguro quería transmitir. Su trabajo, impecable, se complementa con el de toda la dirección artística que comienza a impactar desde los mismos créditos, con una estética que nos recuerda las producciones del Hitchcock de los 50 con una música que también nos evoca la de Hermann.

Y, finalmente, era necesario alguien con la fuerza y osadía de la juventud y una inteligencia, supongo que de nacimiento, para aunar todas estas genialidades. El director Oliver Hermanus ejerce como, efectivamente, un director de orquesta, haciendo que todo funcione, dando coherencia y cargando el relato con imágenes de gran fuerza (dentro de la sutileza) como la del mechero en los recuerdos del tren o la del columpio (que ya estaba en la versión de 1952). Es cierto que se le va algo la mano con el mal gusto en la huida de Williams a la costa o en la amenazante sensiblería que parece dominar el final pero, en conjunto, conduce a buen puerto esta espléndida película.

www.contraste.info
Revista Contraste
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