Aline no es un documental ni una obra biográfica sobre Céline Dion, sino más bien una carta de amor a esta icónica figura. Valérie Lemercier se toma muchas licencias para conformar una historia libremente inspirada en la canadiense que acaba siendo un curioso y tierno homenaje.

Muchas de las decisiones de la directora son inexplicables, como la reconstrucción digital de su propio rostro sobre el cuerpo de una niña de doce años. Son estas resoluciones las que provocan que el film sea un tanto extravagante e incluso grotesco. Por ello, los seguidores de la cantante que busquen un retrato fiel se sentirán decepcionados con el resultado.

Aún así, cuenta con una serie de aciertos valiosos. La increíble caracterización física de la actriz protagonista, la casi perfecta imitación de la gesticulación de Céline Dion, la maravillosa banda sonora –principalmente compuesta de grandes éxitos de la artista– o la reproducción de vestuarios y escenografías utilizados en conciertos reales son elementos dignos de admiración.

Asimismo, obviando la celebridad en la que se inspira, es una agradable comedia romántica, que destaca la importancia de la familia y consigue evocar sentimientos positivos. Gracias también a que está exenta de un pasado excéntrico como el que se plasma en biopics similares (Bohemian Rhapsody o Rocketman, entre otros), la cinta transcurre con placidez y alegría.

Posiblemente, no será la mejor adaptación de la vida de Céline Dion –ni pretende serlo– pero sí es una película refrescante, bondadosa y cargada de cariño hacia la estrella que honra. Gracias a su encanto, logra llegar al corazón de ese público que no busca una semblanza rigurosa.

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