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Voto de Revista Contraste:
7
Drama Una antigua prisión del siglo XIX, ubicada en una zona inaccesible e indeterminada del territorio italiano, está siendo abandonada. Por problemas burocráticos, los traslados están bloqueados, y quedan alrededor de una docena de presos, con pocos agentes, esperando nuevos destinos. En esa atmósfera extraña, poco a poco, las reglas parecen tener cada vez menos sentido, los protocolos se relajan y se vislumbran nuevas formas de relación ... [+]
11 de abril de 2022
13 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las grandes huidas, las peleas violentas o la acción trepidante suelen caracterizar los filmes carcelarios. Ejemplos claros de ello son clásicos como Fuga en Alcatraz, Un condenado a muerte se ha escapado o la reciente Celda 211. Sin embargo, Ariaferma recoge el universo de dichos títulos para construir una historia sobre las relaciones y la naturaleza humana.

Leonardo Di Costanzo erige un largometraje comedido, pero honesto, que sigue los pasos de un grupo de oficiales y presidiarios que deben permanecer en una cárcel desamparada mientras esperan a ser reubicados. Un superficial trámite burocrático plantea la difícil labor de mantener a raya a los criminales para evitar una revuelta. Paradójicamente, esto termina diluyendo fronteras y creando puntos de unión entre personas que, en un principio, no tienen nada en común.

Mediante el uso de una fotografía intachable, aunque en ocasiones un tanto artificial y poco naturalista, junto con una iluminación oscura y una banda sonora simple, pero contundente, se potencia el tono de dejadez, abandono y claustrofobia del relato.

Rodada íntegramente en una prisión real, la película se toma su tiempo para narrar los hechos. No se apresura y se focaliza en un cine de miradas y de pocas palabras, cosa que, al mismo tiempo, puede llevar a una sensación de densidad y pesadez en la trama.

Quizá lo más destacable de la producción sea el duelo de titanes entre los dos intérpretes principales, Toni Servillo y Silvio Orlando, veteranos del cine italiano. Ambos realizan un trabajo actoral impecable encarnando a un guardia impasible y a un recluso tenaz. Sus personajes ponen en entredicho lo absurdo que pueden llegar a ser el presidio y las normas cuando la ocasión de la reinserción no existe.

Asimismo, ambos se asientan como el vehículo hacia un punto de entendimiento y concordia que se materializa, especialmente, en la secuencia en la que los oficiales y cautivos comparten mesa. Este hecho evoca, de manera palpable, al episodio evangélico de La Última Cena, con el trasfondo moralista que ello pueda implicar.

A pesar de la exquisitez y honestidad del guion, así como la oda a la convivencia y la comprensión, es imposible no percibir un aura melancólica y tremendamente triste sobre la historia. La cárcel se erige como un embrollo del que sus habitantes no pueden escapar. Por unos pocos días comparten un estado de limbo, que sirve como una válvula idílica e incluso onírica. No obstante, los protagonistas pronto regresan a la realidad de las jerarquías y arbitrariedades. Los hombres de Ariaferma están condenados, literal y metafóricamente, a una vida de desconcierto y reclusión. Como el Simón Bolívar de García Márquez se lamentan “¡Cómo voy a salir de este laberinto!”.

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Revista Contraste
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