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Voto de Revista Contraste:
4
Drama La relación entre una pareja de artistas es puesta a prueba cuando a ella le descubren que tiene una enfermedad que amenaza con robarle la vida. ¿Qué sucede con el amor cuando a una mujer de mediana edad le pronostican tres meses de vida? Anja (43) y Tomas (59) viven en familia junto a sus hijos biológicos e hijastros, pero durante los últimos años la pareja se ha distanciado. Cuando Anja recibe el diagnóstico de cáncer cerebral ... [+]
22 de enero de 2021
12 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
La directora noruega Maria Sødahl ofrece en Hope su segundo largometraje, un contenido pero estremecedor relato, basado en su propia experiencia. La protagonista, alter ego de Sødahl, es una mujer dedicada a la escenografía y a la danza, que comparte su vida con un hombre más mayor que ella, productor teatral, los tres hijos que tienen en común y los tres hijos del primer matrimonio de Tomas. Recién llegada de una actuación en el extranjero, se entera de que se ha reproducido un cáncer de pulmón supuestamente superado y que ahora le afecta, sin curación, al cerebro.

Todo esto, los días previos a la Navidad, desata sentimientos encontrados y revela problemas subyacentes en las relaciones familiares que la rutina, el día a día y los desafíos profesionales ocultaban sin solucionar.

La sinceridad de Maria Sødahl honestamente encarnada por las actuaciones de Stellan Skarsgard y Andrea Bræin Hovig, es asombrosa y abre la puerta a una interesante lista de cuestiones que no son ajenas a ningún espectador contemporáneo. El lugar del trabajo en la vida familiar, la sinceridad en las relaciones, el reparto en las tareas domésticas, la fidelidad, el ejemplo de los abuelos, la educación de los hijos y, en definitiva, el compromiso lógico e innegable ante un proyecto de hogar son algunas de las ideas que surgen espontánea y naturalmente a lo largo del film y provocan una inmediata reflexión.

La sensación general de la película, sin embargo, resulta poco convincente. Excesivamente larga, su falta de ritmo se entiende como un recurso al servicio de plasmar la cotidianeidad que debe imperar en un guion tan pegado a lo real. Pero se vuelve contra ella misma ante la ausencia de fuerza fílmica y, como digo, sumado a un exagerado metraje.

Sødahl abusa del diálogo sin que se plasme en las imágenes, algo que debe primar al utilizar lenguaje cinematográfico. A pesar de la más que correcta interpretación de los actores y de una planificación certera (que retrata un atrezzo eficaz en la ambientación), esta comunicación visual se pierde en lento discurrir de la acción y la atención que precisan las réplicas.

Solo al final la realizadora juega con las armas audiovisuales. Es tarde para ello, aunque no se puede negar que consigue elevar la sensación final y deja al espectador enganchado en una historia que, quizá en una novela, hubiese sido redonda.

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