Catherine Breillat es una veterana realizadora francesa que ha obtenido fama por el, a mi juicio, dudoso honor de haberse especializado en películas que giran en torno a experiencias sexuales y que introducen escenas cercanas al porno.

El último de sus trabajos no se escapa de su línea habitual. La historia, en absoluto original y con resonancias muy vistas a sus inicios, se despliega con muy pocos giros a lo largo de sus 104 minutos de metraje.

Dicho esto, el film también demuestra el buen manejo que Breillat tiene de la cámara y de los recursos narrativos a la hora de acercarse al interior de los personajes, a sus pensamientos o a sus sentimientos. La directora utiliza con firmeza los primeros planos, con diálogos fuera de cámara o las diferentes líneas de profundizad para enfatizar la intensidad de alguna escena. El problema es que dicha dinámica es muy escasa y se rellenan los espacios con los encuentros sexuales desprovistos de cualquier rasgo de humanidad.

Sin interés analítico, deja entrever cómo las familias desestructuradas, la falta de sinceridad, la búsqueda egoísta del placer o reservar la seriedad adulta solo para el trabajo causa enormes estragos en la infancia. De esta manera, los adolescentes, por muy libres y crecidos que parezcan, son solo víctimas del desapego y la falta de educación emocional.

Innecesaria propuesta, por lo tanto, de la que poco cabe destacar aparte de lo ya citado y del buen trabajo de los actores.

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