Esta es una de esas películas que dejé para otra ocasión, y así sucesivamente. No soy fan de Lars Von Trier, quizás por la personalización extravagante de su cine demoledor y extraño, a la vez que interesante u ofensivo. Sin embargo, tras ver Rompiendo las Olas entiendo que mereció todos los premios, especialmente por la magistral interpretación de Emily Watson. Es más, cada personaje aborda su propio mundo y el conjunto elabora la ficción ideal, la de un submundo casi real lleno de matices, como los cuadros de cada entreacto.
Lo más curioso de esta película, desde mi punto de vista llano, es la sinceridad de las imágenes, la sencillez de los gestos y la maravillosa puesta en escena de los sentimientos extremos de la locura del amor. Eso, el amor y sus diferentes matices, es una elección como lo es la definición, simple o complicada, y aquí el director pone a prueba las manías, los delirios, la perversidad del amor sin olvidar que el escándalo se enfrenta al puritanismo de un entorno rural. Con todos estos ingredientes no hay momentos para el despiste ni el aburrimiento a pesar del ritmo tranquilo que nos impone la trama y el lugar. Una buena fotografía con música agradable terminan por convencer en la continuidad o a no abandonar cuando Lars Von Trier finalmente nos empuja con intensidad al abismo de su particular visión del amor. En otras circunstancias o junto a un elenco mediocre, esta utópica historia del amor y sus milagros no habría podido resistir el paso del tiempo. Quizás habría sido perfecta omitiendo, modificando, el detalle celestial del último minuto rimbombante.

Recomendable. Película de culto de obligada visión.