Es inegable que el cine español pasa por un buen momento. Como mínimo, a nivel de taquilla. Coinciden actualmente en cartel nada menos que 5 blockbusters nacionales y un aspirante recién estrenado (Yo soy la Juani), que seguro hará las delicias de cientos de miles de adolescentes en todo el país. Más allá de eso, cabe aplaudir los éxitos de Volver, Alatriste, Salvador y Los Borgia, que entre producto nacional y coproducción, seguro que cerrarán un año de los más lucrativo para la taquilla patria. Estos films, a parte de tener un considerable presupuesto (internacional en casi todos los casos, cabe decirlo) cumplen una interesante constante: La del entretenimiento de calidad. Cada una en su género comprende a la perfección las necesidades de una industria y les saca partido económico y a la vez comprende las necesidades culturales y les saca “cierto” partido artístico.

La cúspide de todo esto es, sin duda, El Laberinto del Fauno. Absoluta obra maestra del cine “comercial” (tampoco es TAN apta para todos los gustos), este cuento de aires Miyazakianos equilibra a la perfección fantasía con una durísima realidad social jugando con el punto de vista de una niña fantasiosa atrapada en la cureldad de una posguerra cruda y sanguinaria. En ese opresivo páramo, no tiene otra opción nuestra pequeña amiga que buscar entre la fantasía un mundo en que es princesa n vez de desdichada hija de una mujer casada en segundas nupcias con un auténtico atila (pletórico Sergi Sánchez con un aire indudable al pérfido Mr Bison de la saga de videojuegos Street Fighter (papel que tan patéticamente llevó al cine un moribundo Raul Julia)).

Más allá del atractivo guión, la puesta en escena del film es de corte bastante radical, más en la parte de “realidad” que en la de “fantasía” (hay quién echa de menos más dosis de desbordante imaginación). Del Toro no se corta un pelo en mostrar los más atroces y crueles actos que convierten ese idílico paraje natural en un mundo hostil y peligroso que hace de un universo lleno de monstruos sanguinarios un lugar mejor que el que habitamos.

En definitiva, una poética alegoría antibélica en la línea de El espinazo del Diablo pero mucho más depurada que ésta, y que, des de el punto de vista de una niña, traza un retrato bastante adulto sobre la necesidad, inherente al ser humano de hallar una válvula de escape y sobre la posibilidad, aun que sea en otro mundo, de sentirse vivo, libre y feliz.