Salgo del cine con una cierta sensación de náusea. Seguramente era eso lo que el director pretendía, así que en ese sentido la película merece un diez. “Paraíso: Amor” es escandalosamente real, y denuncia una situación que en la práctica nuestra sociedad ha terminado por tolerar. El llamado “turismo sexual” es una modalidad evidente de prostitución y explotación, pero el pensamiento políticamente correcto de los países occidentales lo denuncia sólo con la boca pequeña. La porquería al otro lado del planeta es menos porquería. Además, cuando el explotador asume a su vez el papel de explotado parece que todo es menos cruel.

Es cierto que el relato de Seidl es tan contemplativo que termina siendo redundante y un tanto pesado. No pongo reparos a lo explícito de algunos planos, pero sí al hecho de intentar provocar asco en el espectador mediante el mero recurso de prolongar las escenas más allá de lo necesario. No hay nada de pornográfico en esta película, pero la crudeza no basta para que sea una gran obra. Si para generar repugnancia el artista se limita a arrojar basura sobre mi cara, el mérito no es tanto. No es que sea esto exactamente lo que pasa con esta película, pero sí me hago esta reflexión. Aunque el estilo casi-documental es muy destacable (cuidado estudio de la luz, el color y la posición de la cámara), no hay lugar para los matices en la historia, ni hay nada más allá del plano. Hay más sentimiento que pensamiento.

De todos modos, “Paraíso: Amor” es una película recomendable y necesaria. La historia está magníficamente narrada, la interpretación de la actriz protagonista es muy buena, y la evolución que vive su personaje (en su particular descenso a los infiernos) se relata de forma muy verosímil. Un argumento potente, poco edificante, absolutamente previsible, y muy bien contado. Como decía, salgo del cine con una sensación de sacudida… pero con ganas de seguir con la trilogía.