"El club" es una obra dura, directa, sin concesiones... Una verdadera patada en el estómago. Obviamente, puede leerse (porque lo es) como una denuncia contra los abusos sexuales dentro de la Iglesia católica y contra el injustificable silencio de sus dirigentes. Pero, en realidad, esta película habla de la condición humana en general. La casita junto a la playa que sirve de lugar de retiro para sacerdotes "apartados" del ejercicio de su ministerio constituye, en realidad, un verdadero infierno. Bajo la apariencia de una vida de ascetismo y oración perviven las conductas más execrables en cualquier ser humano que pretenda vivir en comunidad: egoísmo, crueldad, violencia, hipocresía. La ambientación gris y plomiza contribuye a generar la sensación de desesperanza. El silencio agobia. La historia que se nos narra es tan desgarradora y desagradable que duele. La aspiración a reafirmarse dentro del grupo o ante la sociedad legitima cualquier acto contra los otros, por violento que sea. Todo vale para mantener el propio estatus, para colmar nuestras ambiciones, o para tapar nuestras faltas. En contra de lo que se proclama, no hay sentimiento de culpa, ni arrepentimiento, sino sólo una autojustificación gratuita que prevalece sobre todo. Los toques de humor negro apenas sirven para aligerar el peso de un film denso, árido y rocoso.

En definitiva, Larraín nos sacude de nuestras butacas con una óbra desgarradora y conmovedora. Y, como ya hizo en "No" (con la que "El club" tiene más paralelismos de lo que puede parecer), llama de manera clara a la insurrección como vía de afirmación de los valores del ser humano... Si es que los hay.