Desde luego, la película me ha gustado mucho más por la forma que por el fondo. La historia es demasiado plana, uno podría explicar todo el argumento en dos líneas y aún tendría espacio para saludar a los amigos. Los personajes son demasiado planos, quizá faltan matices que hagan más creíble la historia, y por eso el interés en lo que ocurre, que en mi caso ha llegado a ser muy alto en algunos momentos, puede ir decayendo poco a poco a medida que avanza (?) la historia.

Dicho esto, la película merece ser vista sólo por lo bien hecha y pensada que está. Rachel Weisz está sublime, y el resto de actores no le va a la zaga. La puesta en escena y la fotografía están primorosamente cuidadas, los flashbacks funcionan muy bien, la cámara está siempre en su sitio... Terence Davies utiliza la sobriedad y la contención para reflejar el torbellino sentimental que vive la protagonista, y la verdad es que el contraste funciona muy bien. El ritmo es pausado (lo que no quiere decir que a la película le falte ritmo), y ello es curioso, porque a fin de cuentas el film habla del amor como un sentimiento incontrolable, como una pasión desenfrenada e irracional. Y funciona. El mérito de Davies, para mí, es haber hecho buen cine para sacar petróleo de una historia que, en otras manos, habría tenido muy poca sustancia.