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España España · Barcelona
Voto de reporter:
7
Drama. Comedia Tres años antes de la crisis mundial del 2008 originada por las hipotecas subprime que hundió prácticamente el sistema financiero global, cuatro tipos fuera del sistema fueron los únicos que vislumbraron que todo el mercado hipotecario iba a quebrar. Decidieron entonces hacer algo insólito: apostar contra el mercado de la vivienda a la baja, en contra de cualquier criterio lógico en aquella época... Adaptación del libro “La gran ... [+]
25 de enero de 2016
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Esta es la historia de un hombre que sube hasta lo más alto de un edificio y, una vez allí, se arroja al vacío. Las razones de este acto aparentemente suicida no quedan claras o, al menos, no se desvelan hasta bien llegado el tramo final. Allá nos dirigimos, y para ello nos centramos, como no podía ser de otra manera, en la caída. Mientras ésta dura, tanto al señor como a nosotros nos sobra el tiempo para llegar a varias conclusiones. La primera es que la distancia (en el caso que ahora nos concierne, 400 metros) no sólo se rige por aquello que dictamina el Sistema Internacional, sino que también puede medirse por segundos (los 30 que transcurrirán antes de que el protagonista se convierta en puré) o por pisos (tres cuartos de lo mismo, pero con 102). La segunda, y seguramente la más importante, es que los momentos que preceden a la más que probable muerte pueden alargarse hasta convertirse en una especie de limbo infinito en el que a la mente le dé hasta para auto-engañarse... Hasta llegar al mantra de Kassovitz: ''Hasta ahora, todo va bien... Hasta ahora todo va bien...'' Hasta que... eso mismo.

Para seguir explotando la historia, y antes de llegar a la moraleja, tracemos una simple analogía. El señor que escala para librarse a su atracción hacia el vacío es el sistema financiero (de Estados Unidos, de occidente, del mundo...), y por muy mal que pueda llegar a caernos (perdón), sabemos que su muerte va a ser una auténtica catástrofe. Porque va a dejar la calzada hecha un pringue, cierto, pero también porque va a aterrizar sobre un montón de peatones inocentes. Con todo esto en mente, rebobinemos de nuevo esa centena de pisos y miremos alrededor. Ralentizando la acción, nos damos cuenta de que esta escena de terror vertiginoso en estado puro la están presenciando, con total atención e impasibilidad, un centenar de ojos. Éstos corresponden a los de los agentes de policía, a los bomberos, a los representantes de los servicios sanitarios... a todos aquellos, en resumen, que en primer lugar deberían haber evitado que el tipo se tirara. ¿Y dónde estaban cuando esto sucedió? Ya se ha dicho, estaban justo ahí. Mirando. Entonces, ¿se puede saber por qué diablos no hicieron nada al respecto? Bueno, pues...

Porque al principio quizás pensaron que se trataba todo de una broma. A ver, el hombre gozaba de un estado de salud (física y mental) envidiable, y jamás había dado ni manifestado ningún tipo de problema. ¿Por qué iba a romper ahora la dinámica? Porque vaya, a la hora de la verdad no iba hacer nada... ¿no? Vale, pues nada. Inmediatamente después tocó auto-convencerse de que alguna buena razón debía haber detrás de aquella locura... Porque en el fondo, muy en el fondo, los cien ojos creían que al final algún tipo de intervención divina iba a evitar la desgracia. Como dijo el genio, ''Lo que nos mete en problemas no es lo que sabemos, es lo que sabemos con seguridad pero que no es así.'' Y así fue. En la última milésima de segundo, sólo hubo tiempo para empezar a gritar… y para recordar que tiempo ha, cuando el puré humanoide ni siquiera se había subido al ascensor, un puñado de imbéciles lo apostaron todo a que el individuo acabaría como, efectivamente, acabó. Qué risas aquellas, cuando se oyó por primera vez dicha predicción… qué fácil fue, en aquel entonces, subirse al carro de la ludopatía… Y qué cara de tontos se nos quedó a todos después.

Ahora sí, las moralejas. La primera de ellas la reciclamos del documental más imprescindible del año 2010, 'Inside Job': perdámosle, de una vez por todas, el miedo a los logaritmos, a las fluctuaciones de divisas y a los índices de las borsas. La economía es mucho más sencilla de lo que quiere aparentar. Tanto que el funcionamiento de sus mecanismos supuestamente más complejos podría comprenderse hasta siendo explicados por Margot Robbie... mientras se baña en un jacuzzi (en serio, qué risas... y qué incomodidad). ¿Que no? ¿Doblamos la apuesta y confiamos ahora en las aptitudes pedagógicas de Selena Gomez... jugando al blackjack? Hagámoslo. Juguemos. Al fin y al cabo, y por muy surrealista que haya podido sonar, la historia del principio se ha entendido a la perfección, ¿no? Pues entonces no habrá ningún problema en seguir a Adam McKay (y por consiguiente, ya no deberían quedar dudas existenciales concerniendo al maldito estallido de la burbuja de las hipotecas subprime) en 'La gran apuesta', que dígase ya, es una de las mejores comedias del año pasado. ¿La mejor? A saber. ¿La más importante? Sin duda.

No sólo por el tema tratado (insistamos, ni más ni menos que radiografiar las bases de la crisis en la que hará ya casi diez años que estamos sumidos) sino sobre todo por la forma de abordarlo. Se impone, ante todo, la conciencia de causa, y claro, con esta actitud, manda la más clarividente de las locuras. ¿Que el montaje está demasiado acelerado? Claro, faltaría más, pero llámese todo por su nombre; hablemos, por ejemplo, de narración frenética, que transforma la desesperación del agotamiento en pura genialidad. La manera de contar historias que se merecían, en definitiva, los tiempos del neoliberalismo más desenfrenado, aquellos que confirmaron al billón de dólares como unidad de tiempo universal; aquellos que convirtieron la dogmatizada avaricia de Gordon Gekko en un chiste más; aquellos que tuvieron su zenit en aquella famosa coña: ''¿Cuál es la diferencia entre Las Vegas y Wall Street? Que en Nevada a los perdedores no se les devuelve el dinero''. No en vano, la acción de 'La gran apuesta', presentada casi como si de una heist movie se tratara, bascula entre ambos escenarios; entre ambos vacíos espirituales (la puta crisis, no lo olviden, es sobre todo moral). El alma la pone, quién iba a decirlo, un Hollywood en el que, de repente, puede volverse a depositar la fe. Y todo esto sin que nadie tenga que renunciar del todo a la comercialidad; sin que lo didáctico esté reñido con el entretenimiento. La jugada es prácticamente perfecta.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
reporter
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