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España España · Barcelona
Voto de reporter:
2
Comedia En 2001, Beth Raymer llega a Las Vegas con la esperanza de trabajar como camarera en algún casino importante. Al principio, tuvo que conformarse con servir mesas en un simple restaurante, pero uno de los clientes del local le presentó a Dink, un profesional de las apuestas deportivas que andaba buscando a alguien de confianza. (FILMAFFINITY)
13 de marzo de 2015
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Eran las tres y cuarto de la madrugada, pero no había manera (humana) de asegurarlo. Como es sabido, en el interior de los casinos de Las Vegas, se ha eliminado, muy concienzudamente, cualquier indicio que nos recuerde que seguimos en el planeta Tierra. Ventanas y relojes, por supuesto, quedan terminantemente prohibidos. Y así, al pobre Stephen Frears, se le olvidó completamente dónde puñetas estaba. Unas horas más tarde le dirían que en aquel fatídico momento se encontraba en la sala VIP del Bellagio. No porque los dueños del local supieran con quién trataban (como es sabido, Las Vegas es una ciudad de cretinos), sino porque vieron en él a una víctima fácil de desplumar. A ojos del imbécil medio de Nevada, Mr. Frears era simplemente un gordo que hablaba un inglés raro, combinación más que suficiente para pensar que el tipo estaría forrado. A la hora de la verdad, no lo estaba tanto... pero lo suficiente. El alcohol puso el resto. Porque sí, aquella noche Stephen iba afectadísimo.

Cuentan los chamanes de la zona que el espíritu del Dr. Hunter S. Thompson (que por aquel entonces volvía a pasearse por el Boulevard de las Vegas) poseyó el cuerpo semi-muerto de Todd Phillips (que en aquel preciso instante estaba tendido en el pavimento del parking del MGM Grand, debatiéndose entre la vida y la muerte a causa de la ingesta de un cóctel preparado por Zack Galfianakis). El experimento se saldó con el director de 'Aquellas juergas universitarias' recorriendo aquellas las pecaminosas calles haciendo el pino-puente mientras anunciaba el fin del mundo en un dialecto olvidado de la lengua de Mordor. En éstas que Todd se topó con Stephen, quien se encontraba ahí solo para preguntar cómo coño se salía de aquella maldita ciudad. Se hizo el silencio y desfiló una horda interminable de plantas rodantes. El primero se acercó al segundo y, con una dulzura totalmente inesperada, le susurró algo al oído que le trastocó por completo.

Y volvemos a la casilla de salida. Ahí estaba Stephen Frears, rodeado de buitres, ante la ruleta que los idiotas del Bellagio tienen reservada para la crème de la crème. Y ya no hubo vuelta atrás. El pobre hombre, en un último y muy suicida ataque de inspiración, apostó todo lo que tenía (así como lo que esperaba tener en los próximos veinte años) a un golpe de suerte que no llegó. ''¡Todo al rojo!'', gritó. El fantasma de Kipling, que también andaba por ahí, aplaudió a rabiar. Aunque no tanto como los propietarios de aquel monumento al mal gusto. La Diosa Fortuna se decantó por el color negro... y con éste mismo color decidió pintar, ya puestos, el futuro inmediato del director británico. Dicho y hecho. A la mañana siguiente, Stephen estaba en la cama de un hospital. Con las piernas rotas. A su lado estaba sentado Todd Phillips, apestando a vómito; en su regazo, la copia de un contrato aparentemente manchado de sangre. ¿Qué demonios era aquello? Un juramento inquebrantable para dirigir...

¿'Doble o nada'? ¿Qué clase de broma pesada era aquella? ''Todd. ¡Todd! Por el amor de Dios, Todd. Despierta y cuéntame qué está pasando aquí, por favor te lo pido.'' Y Todd empezó a largar. Los jefes del Bellagio estaban furiosos. Cuando fueron a cobrar lo que por azaroso derecho era suyo, descubrieron que Frears era más insolvente que Nicolas Cage, de modo que decidieron que si quería salir vivo de ésta, tendría que pasar por el mismo aro que el más arruinado de los actores. A aquel le obligaron a rodar 'Next'; él tendría que dirigir 'Doble o nada', película basada en las memorias de Beth Raymer, una muchacha que llegó a Las Vegas con ganas de triunfar y que acabó metida, hasta las cejas, en el peligroso mundo de las apuestas deportivas. Qué irónico. La buena noticia era que acompañando al pobre Stephen Frears estaría un elenco de estrellas que había caído igualmente en las redes de varios sindicatos del juego de Nevada. Bruce Willis, Rebecca Hall, Vince Vaughn, Catherine Zeta-Jones, Joshua Jackson, John Carroll Lynch, Wendell Pierce... Ahí estaban todos, en el primer día de rodaje, y con aquella condición dorada rondando todavía por sus respectivas cabezas. ''Recuerda, haz la peli y tus deudas quedarán saldadas.''

El problema es que cuando se quedaron a solas, la cosa degeneró, en un abrir y cerrar de ojos, en una competición de a ver a quién se la soplaban más las amenazas a las que estaban sometidos. Y ahí se quedó todo. 'Doble o nada' es una producción que apesta, principalmente, a turbiedad y dejadez. Sus delitos van mucho más allá del imperdonable despilfarro de potencial artístico tanto delante como, sobre todo, detrás de las cámaras. Lo más doloroso (mucho más que ver ciertas personas a las que obviamente no les importa ver mancillado su nombre) es ver cómo una película (por así llamarla) resucita desde las catacumbas del año 2012 para mostrar su más impúdica desidia a la hora de cuidar el activo que se supone más primordial: la narración cinematográfica. El problema no está en la contaminación entre formatos, sino en la total ineptitud en presentar (y cuidar) a los personajes, en ligar escenarios y situaciones... en contar una historia que tenga un mínimo sentido. El interés, por supuesto, también se desploma.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
reporter
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