¡Qué barbaridad!. Golpes que uno juzgaría que tendrían que ser forzosamente mortales resulta que no lo son, y el personaje que los ha recibido sigue tan campante, recibiendo y repartiendo como si tal cosa; la profusión de disparos deja tamañita a la verbena de San Juan más concurrida o a la mascletà más estrepitosa; y, por si fuera poco, las persecuciones, a pie o en vehículos (resistentes también a todo tipo de excesos, ya sean de velocidad, ya de embestidas, balazos o lo que fuere que pudiera frenar su marcha triunfal) se suceden sin aparente éxito porque prácticamente el elenco de actores y vehículos que empieza la película (de algo más de 2 horas, ¡por favor, un respeto por el aguante del espectador!) casi la termina sin haber sufrido excesivo daño. Con esta frase mamotrética no hago sino tratar de ponerme a la altura de esta película, de la que creo que no sería siquiera capaz de explicar de qué va y qué objetivos persiguen unos y otros. Tampoco si finalmente los alcanzan. Uno acaba añorando el reposo que le proporciona algún clásico del cine negro en el que los protagonistas apenas si reciben un rasguño en los 90 minutos de proyección.