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Voto de Enrique Castaños:
10
7,8
1.824
Fantástico. Aventuras. Drama
Segunda parte de Los Nibelungos. Adaptación de una serie de leyendas germanas sobre los nibelungos, seres que habitan entre la niebla. Viuda tras la muerte de Sigfrido, Krimilda se casa con el bárbaro rey de los hunos con el propósito de ejecutar su plan de venganza. (FILMAFFINITY)
11 de agosto de 2012
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay un personaje arquetípico de Lang, que se concreta en imagen visual pura, heroína altiva y desgarrada, sin sitio en el espacio y el tiempo de la historia, habitante del mito y la leyenda, también de honda interioridad moral y estética: la reina Krimilda de la segunda parte de «Los Nibelungos», monumental epopeya fílmica concluida por Lang en 1924 y dividida en dos partes: «La muerte de Sigfrido» y «La venganza de Krimilda». Las fuentes literarias en que se basa el director vienés para la realización de la película son las fases más recientes del ciclo nibelúngico, concretamente el «Fin de los nibelungos», casi con toda seguridad redactado entre 1160 y 1170 por un juglar austriaco, y el «Poema de los Nibelungos», quizás compuesto entre 1200 y 1210 por un poeta caballero también austriaco. También hay que tener en cuenta la importante trilogía dramática del escritor alemán Friedrich Hebbel, «Los Nibelungos».
Krimilda, que había jurado venganza al final de la primera parte delante del cadáver de su esposo asesinado, consiente en casarse con Atila, rey de los hunos, para poder ejecutar sin error el plan trazado. En efecto, persuade al caudillo bárbaro a que invite a su hermano Gunther, rey de los burgundios, en la seguridad de que vendrá acompañado de Hagen Tronje, fiel vasallo y asesino de Sigfrido. Pero Atila, amparándose en el sagrado derecho a la vida de todo huésped, se niega cumplir la promesa hecha a Krimilda, por lo que ésta decide actuar por su cuenta, incitando a los hunos atacar a los burgundios. La catástrofe se desata y la película finaliza en una espeluznante orgía de destrucción y muerte.
Krimilda, que había jurado venganza al final de la primera parte delante del cadáver de su esposo asesinado, consiente en casarse con Atila, rey de los hunos, para poder ejecutar sin error el plan trazado. En efecto, persuade al caudillo bárbaro a que invite a su hermano Gunther, rey de los burgundios, en la seguridad de que vendrá acompañado de Hagen Tronje, fiel vasallo y asesino de Sigfrido. Pero Atila, amparándose en el sagrado derecho a la vida de todo huésped, se niega cumplir la promesa hecha a Krimilda, por lo que ésta decide actuar por su cuenta, incitando a los hunos atacar a los burgundios. La catástrofe se desata y la película finaliza en una espeluznante orgía de destrucción y muerte.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Lang personifica en Krimilda una víctima del destino, idea central de «Die Nibelungen», cuyo ritmo, como señaló Sigfried Kracauer, viene marcado por la siniestra presencia de Hagen Tronje, al que sólo mueve en verdad un «nihilista apetito de poder». La idea de destino, nos recuerda Kracauer, ya había sido abordada por Lang en otra obra maestra de 1921, «Der müde tod», con la diferencia de que mientras en esta última el destino se manifiesta a través de acciones de tiranos, en «Die Nibelungen» es por arranque de pasiones e instintos ingobernables. El tesoro de los nibelungos, sepultado por Hagen en el fondo de las aguas, simboliza el poder y dominio que todos ansían, incluso Krimilda, pero que igualmente a todos es negado. No obstante, la reina subordina la posesión del tesoro a un incontenible sentimiento de odio y deseo de venganza hacia el homicida del esposo amado, hasta el extremo de sacrificar a su propio hijo, mero instrumento para ganarse la complicidad de Atila, y permitir el exterminio de su clan. La imagen de Krimilda, en pie sobre los últimos peldaños de la escalera que da acceso a la fortaleza de los hunos, contemplando impertérrita la matanza, causa una impresión sobrecogedora. Marmórea, fría y distante, esculpida por la cámara de Karl Hoffmann y ataviada cual emperatriz bizantina o gran dama merovingia, sólo los ojos, vivísimos y chispeantes, parecen descubrir una molécula de humanidad, ya que no desean la muerte de Gunther y Gieselher, sus hermanos de sangre. Aunque también leemos en esos ojos, bellísimos e insondables, el resto de vida que de ella exhala, fatalmente necesaria hasta ver cumplido el desquite. En estos instantes supremos el estado anímico de la nueva Némesis cinematográfica es un arcano que nadie podría descifrar —«Has conseguido que nos una el odio», le dice Atila en el fragor de la carnicería, a lo que Krimilda responde con estas palabras: «Mi corazón nunca estuvo tan lleno de amor como ahora».
La escenografía wagneriana y operística de «La muerte de Sigfrido», en la que «el hombre estuvo enteramente subordinado a la plástica de las formas» (Sadoul) y sirvió de inspiración a más de una ceremonia nazi gracias al celo propagandístico del ministro Goebbels, se atenúa en la segunda parte, donde la atención se concentra en la arquitectura ecléctica de la gran sala del banquete fatídico y en el diseño del vestuario y maquillaje de los sujetos protagonistas de la acción. Los juegos geométricos del vestido de Krimilda, el peinado y los adornos, muestran meridianamente el conocimiento que tenía Thea von Harbou de las vanguardias históricas y de las expresiones artísticas de la Antigüedad y del Medievo. El agudo contraste, asimismo, entre aquellos dibujos geométricos, que resaltan el hieratismo y monumentalidad de los personajes, y la alternancia de luces y sombras, potencia la ambigüedad moral del drama. Por estas y otras razones «La venganza de Krimilda» será siempre considerada una creación inmortal.
La escenografía wagneriana y operística de «La muerte de Sigfrido», en la que «el hombre estuvo enteramente subordinado a la plástica de las formas» (Sadoul) y sirvió de inspiración a más de una ceremonia nazi gracias al celo propagandístico del ministro Goebbels, se atenúa en la segunda parte, donde la atención se concentra en la arquitectura ecléctica de la gran sala del banquete fatídico y en el diseño del vestuario y maquillaje de los sujetos protagonistas de la acción. Los juegos geométricos del vestido de Krimilda, el peinado y los adornos, muestran meridianamente el conocimiento que tenía Thea von Harbou de las vanguardias históricas y de las expresiones artísticas de la Antigüedad y del Medievo. El agudo contraste, asimismo, entre aquellos dibujos geométricos, que resaltan el hieratismo y monumentalidad de los personajes, y la alternancia de luces y sombras, potencia la ambigüedad moral del drama. Por estas y otras razones «La venganza de Krimilda» será siempre considerada una creación inmortal.