Deberá ser la capacidad hereditaria que tiene el talento, porque si no, es muy difícil creer que aquella joven que como actriz había fracasado estrepitosamente, haya logrado crear dos films absolutamente magníficos.
Sofia Coppola, la hija del maestro Francis Ford Coppola, sorprendió gratamente con "Las vírgenes suicidas" y sólo un tiempo después ha maravillado con esta nueva fábula sobre la soledad, las relaciones humanas, los sentimientos profundos y la añoranza.
"Lost in translation" acabará convirtiéndose en uno de los films referentes de esta década. Por su renovada forma de explicar algo que siempre se ha contado en el cine, y también por ese estupendo magnetismo que nos atrapa hasta el final, del que no es imposible desengancharnos incluso después de salir del cine.
Toda la magia se asienta en un gran guión (recompensado con un Oscar que sabe a poco) y, sobre todo, en las magníficas interpretaciones de un consagrado, Bill Murray (justo perdedor del Oscar, porque es que Sean Penn es de otra galaxia); y de otra que, a pesar de su joven edad, ya está también consolidada, Scarlett Johansson. Es una pena su olvido en el quinteto finalista del Oscar a la mejor actriz y de sus "desvaríos" hacia el cine comercial ("La isla", por poner un solo ejemplo) que flaco favor le hace a una filmografía que podría ser de mayor calidad. Menos mal que Woody Allen siempre deambula buscando los talentos desaprovechados...
Y, por supuesto, no se puede olvidar la gran fotografía de Lance Acord y, una vez más, la estupenda dirección de la hija de Coppola, que se revela en busca de un pequeño hueco dentro de un Hollywood que necesitaba una película así.