Es uno de esos pueblos que, más que pueblos, son gallineros. Gallineros en donde se cacarea mucho por un lado pero los huevos se incuban en otros muy distintos. Desde luego, la protagonista es la víctima directa de este penoso fenómeno. Ree es corajuda, valiente como pocas y fielmente estoica. Junto a Granik construyen esta áspera película.

Que curioso, sobre todo el desconocimiento visual y empírico de un personaje vital para el argumento y como todo el contexto se va armando a partir de ese mismo sujeto. Lazos de sangre entre extraños, pero con un apellido (Dolly) tan respetado cual nombre épico, casi ancestral. Por otra parte, esos tonos secos, inhóspitos que rodean la historia, como esa hojarasca sobre la cual los personajes entran y salen, viven y mueren en su propia ley, en su propio micro cosmos. Entonces, dentro de ese universo, los símbolos varían pero aluden siempre al mismo código: o son gallineros, o son ardillas corriendo por un árbol equivocado mientras los cuervos merodean.

Dentro de ese ambiente Ree se desempeña en su desesperación contenida y...quiere ser útil. Ella no se conforma: quiere ser útil, ganar dinero a partir de allí y sirviendo a su propia patria. Porque hay algo muy apegado a las raíces en Winters Bone, casi como una bandera flameante exhibiendo orgullosamente los colores de un pueblo anónimo. Allí está Ree, allí están todos.
Cacareando más algunos, otros menos.