"Es que cuando te das cuenta ya se armó como una bola gigante con vos adentro", palabras del "enemigo" de Jara, enemigo que, curiosamente, termina por colocarse de su lado.
Gigante es cátedra de cine minimalista, o como hacer de pedacitos de vida una lección para recordar.

Jara es guardia de seguridad, tipo solitario, vago. No aspira a demasiado, con lo que tiene, o más bien con lo que és, le basta y le sobra. Es un buen tipo, queda claro a los pocos minutos de avanzada la cinta. Quizás el espectador asista a un aburrimiento mayor, puesto que no hay héroes ni mártires; no hay enemigos, sólo gente que pasa y Jara mismo se vé pasar dentro de su propia cotidianeidad.

Pero tiene una obsesión para su soledad: una empleada de limpieza que, poco a poco, se va volviendo gigante en su cabeza. Aquí la peli, sin música, sin hechos destacados, va armando un pequeño puzzle de vidas compartidas desde el desconocimiento, mas con la compañía secreta, cuasi anónima de sujetos condicionados a sus ambientes y rutinas diarias. Esa cámara de seguridad es la clave de un guión sencillo, puro y transparente: él la observa, como así también ella tiene la posibilidad de hacer lo mismo pero al revés. Entonces todo aquello que solía presentarse tímidamente, siguiendo las mínimas péripecias del prota, encuentra una corazonada, un augurio, una posibilidad de ser.

Gigante hace posible que una peli menor de pronto adquiera niveles tan familiares que, salvo que su ritmo narrativo o los mismos hechos presentados te lo hagan difícil, de pronto ya estés ahí, compartiendo con ellos ese día, a esa hora, solos, como era de esperarse.