Es muy raro que una traducción distinta al título original de una obra sea mejor que el primero, pero Hidalgo es la excepción que pone a prueba la regla. No es que esté ensañado con el simpático equino que acompaña a Vigo, sino que este cumple un papel de índole anécdotica y humorística. Estoy de acuerdo: el personaje más poderoso es el desierto en cuestión.

Partiendo de ese océano de fuego que todo se lo chupa en su sequía y en su calor, de pronto nos enteramos que un grupo surgido de las raíces mismas del pensamiento kamikase se predispone cada tanta cantidad de años a cruzar el desierto con un caballo, o un camello y los mínimos recursos, como agua y comida. Allí aparece Vigo, un norteamericano en tierras extrañas que posee un legado chamánico, un antiguo don sobre como elevar el espíritu por sobre la conciencia terrenal para trascender la muerte física. Los recursos sencillos, tradicionales, clásicos y de sencilla pretensión ponen en juego piezas que no deslumbran sino que simplemente cumplen con el papel de entretener. Dentro del género de aventuras en el que se maneja, Hidalgo toma elementos del western, sobre todo en la secuencia de las persecuciones y además recupera del cine surrealista sus salpicones psicodélicos sobre la proyección astral.

Recomendable y de poco vuelo, Océano de fuego te invita a un desafío del que sadrás satisfecho.