Una vez que la peli ha finalizado, Iñárritu se despide con la frase que da título a esta crítica. Segundos después, los créditos. La cita iba dirigida a un familiar suyo y sin embargo su obra, Amores perros, condensa mediante tres historias entrelazadas la enorme carga conceptual y afectiva que puede albergar el hombre .

Si no toleras a tu hermano, y encima el cabrón se ha "robao" a tu gringa, si tienes un perro a tu cuidado y lo sacrificas día a día por tu dinero, por tu subsistencia. Si eras la modelo que aparecía en los carteles, si eras el prototipo de la belleza ambulante y un accidente te derrumba el presente y te esfuma a tu mascota que ahora vaga por el subsuelo, ese lugar oscuro donde pueden guardarse tantos sueños. Si solías ser un buen padre pero ahora tu hija ignora tu existencia, si tu mismo ignoras tu existencia cual linyera perdido al mando de una procesión perruna...
Siempre de la mano del can de turno, Amores perros representa la historia turbia de seres que se consumen a sí mismos, paraíso perdido de todo lo que supimos tener y que de pronto se ha desvanecido. Trás esos ojos apagados, trás esa resignación a flor de piel los recuerdos o bien las vivencias inmediatas te devuelven aquello que supiste ser, y ofrecer, antes de tu caída. Lo más instintivo, emocional, afectivo, eso que se puede apreciar en la mirada del mejor amigo del hombre vuelve a tí puro e incorrupto, tranparente y rebosante de inocencia original. Es que, como bien señalaba Iñárritu: "todos somos lo que alguna vez perdimos".