Buena porque sabe convencer con muy poco, y porque, a su vez, pierde potencia al quererse volver una imitación vulgar e innecesaria de otras pelis de género como La bruja de Blair o Actividad paranormal desde sus estructuras narrativas. Megan...se presentaba con toda dignidad como una vía...un testimonio directo y sin pliegues sobre la demonización de internet y los riesgos que corren los jóvenes de hoy en día con sus simpáticas camaritas de la web. Terminó decantándose por un género que no la precisaba, y viceversa.

Uno de los aciertos de Megan es su justificación de la cámara estática, y no tanto por el dinamismo que intenta tener el director al llevar las cámaras portátiles a la calle o a las fiestas. Es evidente en ese punto que la película podía volverse morosa o, vale la pena repetirlo, demasiado estática. Algo que podía mellar en el espectador. En ese aspecto se agradece el uso por lo menos de dos formas narrativas, si bien estas no actúan por separado sino que se complementan. Las actuaciones son convincentes y los diálogos llenos de naturalidad y despojados de todo velo estético, por lo que se ajustan bien a la trama.
Existen ciertos datos innecesarios, entre ellos la mención a la popularidad sin solución de significado o el hecho de sugerir metafóricamente que la prota estaba perdida de antemano por sus problemas familiares, o por sus cañas al aire, puesto que la historia sirve como testimonio directo, no como elementos de crítica sugerida.

Interesante, buena por sus acertadas formas y desprolija por un cambio de tono final que no le cae en gracia, Megan se acerca como ninguna otra peli de cámara en mano a su destino final, a su verdadera función. Sobre el pucho, en plena cancha se retuerce en lo comercial, en el terror de ocasión y pierde su fuelle sagrado, casi deliciosamente mundano.