Será que me estoy poniendo viejo con la ciencia ficción. Será que no veo conejos fantasmales, sino vórticex de perdición dentro de un mundo en el que de todas maneras ocurren hechos singulares. Y esa singularidad nos la aporta Kelly con su visión extraña del universo; porque no se necesitaban de psicodélicos cordones umbilicales, ni efectos especiales para representar un agujero negro: la puesta en escena de Donnie Darko es, como mínimo, sugerente, atractiva y muy, pero que muy singular.

No obstante, no logro disfrutar de este producto. De pronto el joven prota es un esquizofrénico según su doctora, pero calza a la fuerza, la peli ofrece más de sí, aunque ya es el primer punto de vista. Luego tenemos a este mundo concreto, poblado de gente extraña, tan extraña como el prota mismo. Esto es interesante sin necesidad de un conflicto: Kelly nos sitúa dentro de una visión completamente bidimensional del universo, ejemplificada en ese miedo/amor que todo lo contiene. O bien como el hombre no sabe ver más allá de sus propias narices, esa mirada limitada que ofrecen ciertas instituciones, diríase, educativas. Sin detenernos porque el tiempo corre, y eso está patentado varias veces dentro de la obra, nos encontramos con ese librito con estética de cuento de hadas que nos abre a las puertas de la percepción. Como enfoque es interesante, pero se introduce en la trama con sabor a tesis filosófica que avanza en paralelo al guión de las cosas más mundanas que se van sucediendo; entonces no me basta.
Donni Darko es un popurrí en donde la metafísica se codea con la religión, ésta se codea con las instituciones y las instituciones no paran de enviar alarmas sobre lo frágiles que somos mentalmente. Todo en un mismo paquete. Pues bien, no le podemos pedir al prota otra cosa que un soñado viaje en el tiempo, porque en este caleidoscopio parece que todo es válido como así también nada vale.