Allá por los años 30, Griffith le dio al mundo su obra Intolerancia, la cual despertó varios escozores. Gran Torino inicia desde una perspectiva particular y va variando en su estilo y en sus formas, al grado de encajar facilmente en distintos tipos de género. Clint se luce dentro de un papel adecuado para el.

Un americano, patriota. Odia al extranjero, repudia el idioma extraño que debe escuchar día a día, desprecia a su familia, parece un anciano oxidado por el peso de los años. La intolerancia de este sujeto no conoce límites pero muy pronto, una vez que el contexto se expuso en detalle, la peli muta en sus formas y en sus tonos. La trama se centra primero en la relación entre Wally y la hmong para luego derivar en las peripecias de su propio hermano y el argumento adquiere elementos del género de aventura heroica con enseñanza incluída: difícil no encontrar analogías en la relación Wally/hmong jr. y Miyagi y Lucas de Karate kid. Entonces lo que supo ser una historia que se avecinaba como de lectura política directa se transforma, siempre mediante una narración sencilla, en una fábula sobre el aprendizaje. El último tramo de la cinta me lo reservo, posee algo de trágico, algo de épico, la historia casi que deviene en la cruzada de un hombre en busca de su depuración interna.

Gran Torino se deja ver con el pulso de alguien que sabe hacer las cosas, y el ojo del espectador lo detecta.