Cualquier admirador de Nolan (Christopher, que están surgiendo otras imitaciones) verá los apellidos detrás de esta serie y se le hará agua la boca. Se meterá de lleno en sus primeros episodios, familiarizado con algo que, intuye, le van a ofrecer. Estos ganchos, sumados a las altas inversiones técnicas, hacían de Westworld una potencial bomba atómica que se fue desactivando conforme la historia cobró forma.

Los primeros cinco episodios de la temporada original vaticinan que estamos frente a algo grande. La creme de la creme en material de series. Su manufactura técnica se encadena con buenas actuaciones y diversos disparadores filosóficos para hablar mucho, pero mucho en redes sociales. Todo es tan solemne que te dejas llevar por el guión...el guión. El espectador podrá estar encandilado pero tarde o temprano se da cuenta que depositó su confianza en una dirección que no sabe adonde se dirige.

Pasados esos cinco episodios empiezan sutilmente los parches. Se advierte una notoria licencia a la hora de describir lo que los robots/anfitriones pueden o no hacer. Micros deux ex machina se van filtrando dentro del argumento (nunca se llega a saber bien que tanto pueden hacer los anfitriones, sus capacidades son arbitrarias solo en pro del avance de la historia). Estos "caprichitos" argumentales van poblando el relato como pequeños parches improvisados hasta rozar lo insensato. Hacen lo mismo con los flash backs, los diálogos sobrecargados de filosofía cada vez más lavada... miles de pequeñas licencias viralizándose dentro de una historia que comienza como algo supuestamente integrado hasta acabar como un Frankestein.

Westworld transformó una potencial marca de estilo en un collage de colores sobre saturados hasta el hartazgo que termina por desinflar el interés. Entonces cabe la pregunta sobre sí había algo para decir o si solo era una mera pose.