Valerian describe muy bien su mundo, su inmensa cantidad de planetas, especies y tecnologías posibles. Lo hace con estética vistosa, ritmo "clipero" y dos protas que están ahí para venderla bien a los más jóvenes. Luego de tanto envase, de ese arco iris derramado por el celuloide, a Valerian le sucede lo mismo que a todo producto genérico. Pasa y se va.

No es lo mismo un western de indios que mueren frente a un western que transmita la soledad del desierto entre sus batallas; y no es lo mismo una ciencia ficción que decide construir un universo, y lo que eso implica, frente a otra hermana bastarda del mismo género, la que se conforma con poco y muestra curiosidades al pasar.

A Valerian le falta eso: peso, cimientos que nos permitan retener su visión del universo que ha creado. Vale como pantallazo de un mundo que pudo ser más. Abarcó tanto sin detenerse casi en nada. Los universos son obra de relojería, no de un relojero loco corriendo tras el tiempo perdido.