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Argentina Argentina · Buenos Aires
Voto de Juan Rúas:
6
Romance. Drama David Kepesh (Ben Kingsley), un carismático profesor, está orgulloso de seducir a alumnas deseosas de probar experiencias nuevas, pero sin ningún compromiso. Pero, cuando la hermosa Consuelo Castillo (Cruz) entra en su clase, sus precauciones se esfuman. Esa belleza morena consigue, al mismo tiempo, cautivarlo y desconcertarlo. Consuelo es para él algo más que un objeto de deseo. Su fuerte personalidad y su carácter apasionado ... [+]
25 de octubre de 2010
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Allí donde escasea la emoción la palabra juega el rol más importante. La elección no es gratuita: la película toma el punto de vista de un escritor. A partir de allí comienza a jugarse este juego, medio cínico, medio frío, en donde los afectos van y vienen, ninguno de ellos es supérfluo ni ordinario, todos tienen algo por contar y algo que esconder.

Una mujer amante, hija/madre; un hijo que reniega de su padre, una mujer de edad con la que acostarse una y otra vez durante más de veinte años y un amigo que sabe darlo todo por su compa, el escritor. Son la variada fauna que puebla a esta película, en donde el erotismo no aparece ni censurado ni reprimido, sencillamente sublimado desde y a través del arte, tanto dentro como fuera de la obra. El afecto es ese terreno vedado para el protagonista, ¿un cobarde? ¿un niño con piel de viejo? Lo cierto es que es un escritor conocido, tan subordinado a su propia vocación que parece estar escribiendo mientras habla, o mientras transmite sus emociones.

Detrás de este sujeto la peli se esconde, porque el sujeto esconde, y esconde demasiado, pero no puede dejar de ser un libro abierto para el espectador: de tan meticuloso se vuelve predecible; de tan sensible reacciona a todo siempre de la misma manera, escapándose. Su cinismo y su frialdad son las barreras que él mismo se impone. Frialdad que, lamentablemente, termina por dominar los tonos narrativos y apropiarse del punto de vista subjetivo, ya que nunca nos distanciamos del protagonista. Es justamente esa falta de distancia lo que, paradójicamente, distancia al espectador de la enorme intensidad afectiva que se vive en cada amorío o en cada pérdida: la peli se distancia, casi como por axioma, del espectador.

Entonces dependemos de sus ocurrencias literarias a la hora de describir sus estados emocionales, o de los personajes ajenos a él que actúan allí donde el protagonista no es capaz de actuar. No obstante, ninguno de esos personajes posee el papel adecuado como para cargar sobre sí el enorme peso ante el cual la película cae irremediablemente.
Y no hay maduración ni redención posible en una trama tan emocionalmente calculada en apenas una hora cincuenta minutos.
Juan Rúas
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