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España España · barcelona
Voto de avanti:
8
Comedia. Drama América, años 30. Emmet Ray es un genio del jazz, un guitarrista magistral que vive obsesionado por el legendario Django Reinhardt. Sin embargo, en cuanto baja del escenario, se convierte en un tipo arrogante, zafio, mujeriego y bebedor. En definitiva, aunque sabe que es un músico con talento, también sabe que su licenciosa vida, su tendencia a meterse en problemas y su incapacidad para comprometerse le impiden alcanzar la cima ... [+]
9 de agosto de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un grupo de sesudos críticos, fans y analistas sobre el swing, el jazz y los años treinta, opinan y pasan por el cedazo a nuestro oscuro personaje Emmet Ray: el fan Woody Allen, el disc-jockey Ben Duncan, el autor de una publicación sobre el swing A.J. Pickman, el historiador de jazz Nat Hentoff, el cineasta Douglas McGrath y la autora sobre los reyes de la guitarra Sally Jillian. Juntos, desbrozan la intermitente y descontrolada vida del genio que pudo serlo, de la guitarra, y que decidió dedicar su tiempo, además de tocar como su admirado Django Reinhardt, a matar ratas en el vertedero, ver pasar trenes, jugar al billar, colocarse y no perderse todas las fiestas a las que era invitado y no enamorarse jamás, su verdadero amor era su libertad.

Acordes y desacuerdos (1999), nos coloca al inquieto Emmet Ray (Sean Penn), genio a fogonazos, autocomplaciente, virtualmente seguro de sus acciones, artista convencido como el mejor guitarrista del mundo…bueno… el segundo mejor después de Django, por el cual tiene tan grande admiración que le supera. Proclama a los cuatro vientos su individualidad, no quiere compromisos, solo quiere libertad para hacer lo que más desea, divertirse a su manera, lo otro, tocar la guitarra, es un don que tiene por lo que no le da la suficiente importancia; así es la radiografía de urgencia de un perdedor con duende escorado al fracaso y al olvido.

Hattie (Samantha Morton) y su amiga Gracie McRae (Kaili Vernoff) entran en escena, el azar como en tantas ocasiones entra en juego. En La idílica Coney Island entran en juego el flirteo, la aventura y la conquista donde se cruzan en el camino de Emmet y su amigo y batería Bill Shields (Brian Markinson). Los acontecimientos se disparan, nuestros personajes intimidan. La historia narrada por nuestros analistas guían la atención del espectador hacia las complicaciones sentimentales, sociales y profesionales que se interponen finalmente entre Hattie y Emmet. Una serie de desafortunadas decisiones y los miedos congénitos de nuestro guitarrista por compartir su vida con la preciosa Hattie, abocan las expectativas de uno y de otra, a más que predecibles destinos.

Los estupendos resultados en las ficciones que Woody Allen nos cuenta tienen casi siempre el precio del perdedor y/o del resignado: Fielding Mellis en Bananas (1971), Allan Felix en Sueños de un seductor (1972), Boris Grushenko en La última noche de… (1975) o Alvy Singer en Annie Hall (1977), el de los huevos; pero, como en todas las cosas hay excepciones: un final esperanzado (solo hay que esperar seis meses) lo tenemos en la magnífica Manhattan (1979). Emmet Ray forma parte del grupo perdedor, todas las virtudes musicales, la vitalidad interpretativa, o el torrente de creatividad en la interpretación, no le valieron para enderezar su vida. Si pensamos por un momento en las debacles personales producidas a lo largo de la historia de la música (todos tenemos presente en nuestra memoria algunos nombres), comprobaremos que lo que nos cuenta Woody Allen en Acordes y desacuerdos no está demasiado lejos de la realidad reflejada.

No podemos pasar por alto la magnífica banda sonora compuesta por, entre otros temas: “Whe Days Is Done”: escrito por Buddy De Silva y Robert Katscher, “Mystery Pacific”: escrito por Django Reinhardt y el siempre recordado Stephane Grappelli, o el precioso y alegre tema “Shine” interpretado por el Dick Himan Group, y que tantas veces hemos podido escuchar en la interpretación del grupo The Eddy Davis New Orleans Jazz Band (Wild man blues (1998). Escuchar la banda sonora es un placer, acompañarla con Acordes y desacuerdos un placer doble, a pesar de las insuperables disonancias entre Emmet y Hattie.
avanti
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