El Padrino II es otra excelente película sobre la familia Corleone, donde el sello Coppola vuelve a rozar la perfección académica. Durante décadas la pregunta que miles de seguidores de la saga se han hecho es su comparación con la primera obra poniéndolas casi siempre a un nivel similar, pues bien, mi respuesta a esta eterna pregunta entre cinéfilos (ahora es cuando los mitómanos desearán asesinarme) es que el Padrino II es sensiblemente inferior a la primera parte y lo es por una razón tan sencilla como su tramposo juego de precuela-secuela, que lanza dos historias al mismo tiempo y su (aquí terminaré de convencer a los que no estaban seguros de asesinarme) burdo montaje. Y es que está segunda parte, no es una película, son dos, claramente diferencias tanto en el tiempo como en los protagonistas, los escenarios, las tramas (una de ascenso y otra de bajada a los infiernos)… todo es diferente pero ambas historias se entremezclan bajo una premisa tan sencilla que ofende a la inteligencia, cogemos una historia y la desarrollamos hasta conseguir un buen giro de guión, entonces la dejamos en pausa e introducimos la otra hasta conseguir otro cambio sustancial en la narración y así sucesivamente. Aquí Coppola juega con dos barajas (lo cual siempre ha sido trampa) y se limita a intercalar un naipe de cada una de ellas sobre otro, la actitud del montaje no puede ser sencillo sin embargo, no dejo de asombrarme ante los cientos de comentarios que encuentro en Internet sobre la magistral forma de intercalar la obra, simplemente no los entiendo. Coppola no hace esto porque de repente se haya vuelto tonto, sino porque no queda más remedio y es que es imposible unir dos películas que son independientes y distintas y cuyo único nexo de unión es el tema de la mafia aunque en dos momentos radicalmente diferentes de su historia. No hay forma digna de entrelazarlas simplemente son dos películas en una sola sesión cuyo resultado son tres horas y cuarto de metraje. Entonces… ¿Porqué sigue siendo El Padrino II una magnífica película? Pues porque sus historias, por separado, son magníficas en su desarrollo dramático, cada una en su estilo y si una dibuja con precisión los inicios de la mafia misma indagando en sus orígenes socio-culturales, en los personajes que la desarrollaron y explicando al milímetro la forma en la que alguien salido de la nada pudo crear un poderosísimo imperio, la otra profundiza en el declive de estas organizaciones en el mundo moderno, amplía la línea de acción hacia los políticos, empresarios corruptos, gobiernos enteros en una crítica eficaz. Ambas historias nos dejan escenas para el recuerdo (entre ellas el beso fraternal más famoso y escalofriante de la historia del cine, ambas vuelven a estar magníficamente ambientadas cada una en su época y ambas están interpretadas de forma magistral. La mirada fría de Al Pacino es inmejorable, y aunque Robert De Niro esté un escalón por debajo, su personaje es más completo y enigmático y la caracterización de su voz ronca y su templanza a la hora de ejecutar sus planes prodigiosa.

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