Bardem acumula bastantes de esos casos excepcionales que, de vez en cuando, encumbran al cine español y Muerte de un ciclista es uno de esos buenos ejemplos de guión perfilado, maniobrabilidad técnica, crítica subyacente y tensión narrativa que en determinadas ocasiones me hacen detenerme a contemplar. Tiene para empezar dos personajes muy bien armados, reflejo de distintas capas sociales de la época, sobre los que recae una acción dramática, un hecho que explota nada más comenzar el film pero que se desinfla también de golpe para que pueda volver a surgir a lo largo de la película, suavemente, in crescendo, llevando la tensión dramática hasta un desfiladero que los dos protagonistas absorben de manera sublime hasta el desenlace, fruto de un guión trabajado y engrasado para causar tal efecto. A lo largo de las escenas Bardem se descubre como un gran ‘encuadrador’ consigue planos de una profundidad bellísima, escenas de un equilibrio perfecto, planos tremendamente expresivos (la escena del cruce de miradas en uno de los momentos de mayor tensión de la película cuando la cámara se va de unos ojos a otro enfocando el punto de vista de cada uno de los personajes es simplemente genial) y todo ello jaleado por un montaje bien ensamblado (excepto algunos cortes abruptos que presupongo son obra de censura de la época). Los diálogos son del más puro estilo clásico, profundos, severos y con una reflexión que va mucho más allá de la que encuentran en el puro contexto fílmico y todo ello lo hace dentro de una historia con una crítica social cauta pero inapelable. Las diferencias de clases, los remordimientos, la traición, los peligros de la vida opulenta frente a la sencillez… críticas a la guerra, a la utilización torticera de los símbolos, al matrimonio sin amor, a la injusticia (con su guiño revolucionario para terminar con las mismas) esconde tanto a la censura que da gusto saberlo tantos años después.

Los juegos con las metáforas visuales, son en ocasiones demasiado pedantes o efectistas, pero por lo general cumplen una función reflexiva importantísima para el filme. Desde un cristal roto como la manera más dolorosa por la que abrir un hueco en el que escapar, hasta el árbol seco al pie de la carretera que simboliza la vida quebrada, hasta la utilización demasiado obvia de ciclistas adelantando el caminar errante del protagonista por las calles, muchas son una delicia, otras sobran, pero el film está lleno de ellas.

Peca de utilizar algunos estereotipos demasiado evidentes, sobre todo cuando su cámara se acerca a los estratos más bajos de la sociedad, y dibujar un cierre del filme, demasiado trágico y sobre el que apunta evidencias demasiado pronto. Es un final exagerado, que se ceba demasiado con los personajes y maquiavélicamente justo, hasta el punto que rompe el criterio de verosimilitud que impregnaba todo el filme y que ponen un broche de cartón a una buena película.

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