¡Cuantos jóvenes han paralizado su vida por satisfacer los deseos de sus padres! Después, estos han fallecido y aquel, que ya no es tan joven observa con enorme tristeza como su vida se ha visto truncada. Y ya no es tiempo de retomar el tiempo perdido. En sociedades homófonas, y sin duda esta sociedad africana que nos presenta la película lo es, toda relación homosexual es anatemizada y prohibida hasta extremos de destrucción antes de que el joven homosexual busque su felicidad en esa sexualidad suya y de la que no es culpable, más bien es su seguridad futura. El chantaje emocional es la forma más frecuente de buscar la disuasión; unas lágrimas a tiempo, que por otra parte pueden ser sinceras, harán que las convicciones del joven se derrumben. No es una película al estilo de las cinematografías occidentales, de las industrias distribuidoras por todo el mundo, pero está hecha con tal dignidad, con tanto cariño, con sumo cuidado y sin apartarse de su objetivo, que constituye una película digna de ver. No hay sexo explícito como cabe esperar del cine de esos países que apenas empiezan a vivir una cierta libertad, pero unos ojos encendidos en deseo o unos labios carnosos y sensuales que piden amor, son más eróticos que todos los cuerpos desnudos de esos yogurines que circulan por el cine estadounidense. Me ha llamado mucho la atención la banda sonora que no recurre a composiciones al estilo europeo o americano, sino que se basa en músicas y canciones africanas que de alguna manera sitúan mejor al espectador en el espacio y tiempo de esta historia de amor.