Xavier Dolan-Tadros tiene muy claro lo que quiere hacer con su película y no duda en arriesgar para conseguir su objetivo: entretener al espectador con una buena historia contada con buenas imágenes. Lo más extraño de todo es que Xavier Dolan-Tadros sea un chaval tan joven (véanlo interpretando a Francis). La imagen es cautivadora desde la fotografía, el color y, sobre todo, el montaje de planos. Y esa secuenciación de la película cortando con pantallazos en negro que para nada desconciertan al espectador. Xavier Dolan-Tadros también es el autor del guión, y el guión es un ejemplo de escuela de cine, para estudiarlo y aprender a colocar diálogos, superficiales o con cierta intención, en los momentos más adecuados o sobre imágenes adecuadas pero arriesgadas por el color, el encuadre, los desenfoques, etc. Las interpretaciones no son magistrales, pero si están cuidadas para que no se note la profesionalidad o la falta de la misma. Y en cuanto a la historia, yo diría que es algo que en parte nos ha ocurrido a todos: perder el norte por alguien cautivador hasta convertir nuestros pensamientos en esclavos de su presencia. Nicholas es la viva imagen de ese ser perfecto en apariencia al que algunos pueden convertir en un ángel, pero al que le falta una parte de humanidad para vivir entre nosotros. En muchos momentos la película me ha recordado a Almodóvar, pero aquí he encontrado más poesía.