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Aventuras. Drama
En el siglo XIV, los escoceses viven oprimidos por los gravosos tributos y las injustas leyes impuestas por los ingleses. William Wallace es un joven escocés que regresa a su tierra despues de muchos años de ausencia. Siendo un niño, toda su familia fue asesinada por los ingleses, razón por la cual se fue a vivir lejos con un tío suyo.
25 de noviembre de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
De "Braveheart" y su director/protagonista se ha dicho de todo: obra apócrifa carente de rigor historiográfico alguno, (más allá de basarse libremente en el poema del siglo XV escrito por el ministril Harry el Ciego y posteriormente reinterpretado por el romanticismo decimonónico de escritores como Robert Burns, (al que el mismo James Horner rinde homenaje)
Bien es cierto que la cinta tiene momentos sumamente cuestionables: los continuos primeros planos de su iracundo protagonista y la, por momentos, lamentable interpretación del australiano que, si bien como actor deja bastante que desear, en lo que a dirección se refiere, elabora un relato romántico de batallas, nacionalismo, guerra, venganza y traición sumamente disfrutable.
Sería injusto, negar la máxima y no asumir que "Braveheart" es una película redonda: supuso el espaldarazo definitivo de Gibson como director, puso de moda la cultura escocesa, reavivó la vena nacionalista de aquella región que consiguió arrancar de Tony Blair una generosa autonomía y que hoy ya se debate entre la independencia total del resto del Reino Unido o seguir varada en la isla de las tres naciones constituyentes, (Gales, Inglaterra y Escocia... Irlanda del Norte confiere la cuarta nación constituyente pero en Irlanda no en la isla principal de Gran Bretaña)
Cinta, reparto e historia nos enganchan: desde el terrible y maléfico rey inglés interpretado por Patrick McGoohan hasta los secundarios como James Cosmo, Alun Armstrong o Brendan Gleeson. Todos ayudan a levantar los 177 min. que dura la cinta: nos cuenta la historia de William Wallace, líder de una Escocia fragmentada en clanes e interéses bastardos al servicio del pérfido rey Inglés, que al igual que Sauron, les otorgaba generosamente tierras en Inglaterra, no sin antes exprimir a impuestos y levas en la eterna guerra contra los normandos en Francia. Es en ese contexto, donde surge la figura de William Wallace como héroe del vulgo que se niega a luchar por los líderes corruptos de sus clanes pero que siguen a Wallace con una obstinación casi religiosa.
Sea o no cierta la historia que se nos cuenta, (el retrato que se hace del rey Inglés Eduardo I "Zancas Largas" así como el de su hijo es espantoso o el de la misma Sophie Marceau) la cinta funciona y hoy día no ha perdido ningún ápice de sus virtudes, refrendadas con sendos Oscares.
A "Braveheart" se le debe también el resurgir del Peplum: Gibson no esconde su admiración por "Espartaco", (Stanley Kubrick, 1960) sobre todo en la estructura de la historia y la elaboración de las batallas: crudas, realistas y sumamente violentas. A ello debemos añadir la belleza de los escenarios y a un pulso en la dirección y el montaje soberbios: la cinta no decae en ningún momento.
Las posteriores, "Gladiator", (Ridley Scott, 2000) "El Señor de los Anillos", (Peter Jackson, 2001) o la misma "Juego de Tronos", ha bebido del saber hacer de Gibson en el montaje de las batallas.
A modo de conclusión: "Braveheart" fue un éxito de crítica y público rotundo, un accidente en toda la carrera del veterano australiano que se ha visto plagada de bodrios, polémicas más que gratuitas (cuando no lamentables o perfectamente censurables) pero en aquel momento se debieron alinear los astros e iluminaron la labor de Gibson para entregarnos lo que hoy es innegable: un clásico del cine.
Bien es cierto que la cinta tiene momentos sumamente cuestionables: los continuos primeros planos de su iracundo protagonista y la, por momentos, lamentable interpretación del australiano que, si bien como actor deja bastante que desear, en lo que a dirección se refiere, elabora un relato romántico de batallas, nacionalismo, guerra, venganza y traición sumamente disfrutable.
Sería injusto, negar la máxima y no asumir que "Braveheart" es una película redonda: supuso el espaldarazo definitivo de Gibson como director, puso de moda la cultura escocesa, reavivó la vena nacionalista de aquella región que consiguió arrancar de Tony Blair una generosa autonomía y que hoy ya se debate entre la independencia total del resto del Reino Unido o seguir varada en la isla de las tres naciones constituyentes, (Gales, Inglaterra y Escocia... Irlanda del Norte confiere la cuarta nación constituyente pero en Irlanda no en la isla principal de Gran Bretaña)
Cinta, reparto e historia nos enganchan: desde el terrible y maléfico rey inglés interpretado por Patrick McGoohan hasta los secundarios como James Cosmo, Alun Armstrong o Brendan Gleeson. Todos ayudan a levantar los 177 min. que dura la cinta: nos cuenta la historia de William Wallace, líder de una Escocia fragmentada en clanes e interéses bastardos al servicio del pérfido rey Inglés, que al igual que Sauron, les otorgaba generosamente tierras en Inglaterra, no sin antes exprimir a impuestos y levas en la eterna guerra contra los normandos en Francia. Es en ese contexto, donde surge la figura de William Wallace como héroe del vulgo que se niega a luchar por los líderes corruptos de sus clanes pero que siguen a Wallace con una obstinación casi religiosa.
Sea o no cierta la historia que se nos cuenta, (el retrato que se hace del rey Inglés Eduardo I "Zancas Largas" así como el de su hijo es espantoso o el de la misma Sophie Marceau) la cinta funciona y hoy día no ha perdido ningún ápice de sus virtudes, refrendadas con sendos Oscares.
A "Braveheart" se le debe también el resurgir del Peplum: Gibson no esconde su admiración por "Espartaco", (Stanley Kubrick, 1960) sobre todo en la estructura de la historia y la elaboración de las batallas: crudas, realistas y sumamente violentas. A ello debemos añadir la belleza de los escenarios y a un pulso en la dirección y el montaje soberbios: la cinta no decae en ningún momento.
Las posteriores, "Gladiator", (Ridley Scott, 2000) "El Señor de los Anillos", (Peter Jackson, 2001) o la misma "Juego de Tronos", ha bebido del saber hacer de Gibson en el montaje de las batallas.
A modo de conclusión: "Braveheart" fue un éxito de crítica y público rotundo, un accidente en toda la carrera del veterano australiano que se ha visto plagada de bodrios, polémicas más que gratuitas (cuando no lamentables o perfectamente censurables) pero en aquel momento se debieron alinear los astros e iluminaron la labor de Gibson para entregarnos lo que hoy es innegable: un clásico del cine.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Un aspecto criticado injustamente de la cinta, es tanto el personaje de Robert Bruce así como el de los propios clanes escoceses: algunos obvian que la noción de nación/estado como se conoce hoy, no surge hasta bien entrado el Siglo XVIII con la Revolución Francesa y la Revolución de las 13 colonias. El concepto de nación surge cuando nace la soberanía popular, es decir, lo que viene a encarnar William Wallace: mientras los líderes del "parlamento" escoces venden a su población al zorro inglés por terruños en la Pérfida Albión, es el propio Wallace el que se desmarca de la sempiterna corruptela de las élites para liderar el ejército de campesinos que trata de expulsar al inglés. Eso la película lo refleja a la perfección, aun con sus licenciosas licencias, queda palpable el doble juego de los clanes para seducir a Eduardo I a cambio de prebendas: al fin y al cabo, siempre ha sido la burguesía la que ha decidido el destino de las naciones: y en eso Escocia, no se diferencia de ninguna otra nación: Escocia se independiza de Inglaterra en 1314 para evitar pagar el peaje de la atroz Guerra de los Cien Años pero se vuelve a unir a ella en 1707 cuando surge el Segundo Imperio Inglés y naufraga el proyecto imperial escoces en América llamado “Proyecto Darién”. Y ahora, en pleno Siglo XXI, muerto el Imperio Británico, Escocia busca de nuevo otro hermano mayor, (la Unión Europea) para hacer valer sus intereses en la aldea global: distintos actores, mismo intereses.