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Voto de Andrés Vélez Cuervo:
7
Drama. Romance Mary y Jim, dos solitarios personajes de la gran ciudad, se encuentran de casualidad en un parque de diversiones. Pasan el día juntos, recorriendo la playa y visitando los juegos mecánicos. De improviso, la multitud y una tormenta conspiran para separarlos. ¿Se volverán a ver? (FILMAFFINITY)
18 de septiembre de 2015
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace algún tiempo, uno de mis más grandes amigos dejó atrás un significativo periodo de vida en Nueva York para probar suerte con su familia en otra aún más lejana latitud del planeta. Cuando mi buen amigo hablaba de la metrópoli norteamericana, se le llenaban los ojos de brillo y la boca de emoción y sincero cariño, sin embargo también señalaba que allí, si bien hay mucha belleza, mucha vida, mucho arte, mucha cultura, mucha oferta, también se comía mucha mierda. Yo nunca he vivido en Nueva York y ninguna de las ciudades en las que he residido puede siquiera compararse con semejante monstruo, sin embargo solo hace falta haber vivido en una ciudad como esta, Bogotá, para sospechar los peligros de la soledad, el aislamiento, la alienación, el estrés y la depresión que debe esconder la titánica Gran Manzana.
Pues bien, de esto trata Lonesome. Esta película cuenta la historia de un hombre y una mujer jóvenes que se pasan la vida entregando esa única posesión de valor que es su tiempo a trabajar para sobrevivir. Él, Jim (Glenn Tyron), se parte el lomo en una fábrica y vive en un cuartucho en una terrible soledad que no arranca las lágrimas del espectador de inmediato solo porque el tipo tiene una de esas caras sonrientes de optimista crónico, pero sufre su soledad con vergüenza. Ella, Mary (Barbara Kent), se deja la vida como tele-operadora y vive en otro cuartucho, en otra soledad terrible, sostenida por pinzas a punta de rutina. Esta es pues toda una reflexión cinematográfica sobre la ruidosa soledad del mundo industrializado. “No hay nada más difícil en la gran ciudad que vivir solo” es la sentencia que da inicio al largometraje.
El cuento de hadas de este mundo de la enajenación urbana es el de una vida en la que la soledad desaparece, donde tiene lugar el encuentro con el otro definitivo. ¿Y qué mejor promesa de ensueño aquí que el amor de pareja? La gran redención de conocer el amor, el retorno al paraíso perdido de los brazos del amante a un palmo de distancia aguardando a que el complejo reloj de la causalidad le permita revelarse.
Mary y Jim, esos dos solitarios resignados, un día se encuentran de manera improbable (como cuando casan solas, por azar, dos piezas de un rompecabezas recién sacado de su caja) dentro de la multitud ociosa, volcada para olvidar la rutina del trabajo, en la playa y en las atracciones mecánicas de Coney Island. Lo que viene después lo dejo para que usted lo descubra.
Tiene Pál Feijös entonces entre las manos un romance nacido en el microcosmos bullicioso y arrolladoramente cinético, pero sabe que no basta con la sola historia mágica de Jim y Mary para llegar hasta donde quiere, es por eso que se embarca en la aventura visual que verdaderamente hace tan memorable su película. ¿Que los personajes se montaron en una montaña rusa? Montemos con ellos a los espectadores para que vivan el vértigo de rodar sobre los rieles retorcidos y sientan una pizca del tenso frenesí del deseo entre los enamorados, así como la presión gravitacional de una ciudad imparable. ¿Que los protagonistas se divierten frente a espejos deformantes? Hagamos de la imagen un caleidoscopio para que los ojos del espectador tremolen en sus cuencas y sientan la pulsión de los tiempos modernos y la eléctrica potencia de la mirada empalagada de los amantes. La imagen en Lonesome se pone en crisis mediante el movimiento, la angulación, el foco, etc. para que se convierta en pieza maleable de la narración y su carga discursiva y emocional.
Pero no es solo a nivel visual sumamente inteligente esta película. El guion escrito por Edward T. Lowe Jr. y Tom Reed hace algo sencillo y brillante al encarnar la historia de amor en un par de trabajadores humildes y jóvenes. En Lonesome el amor pertenece por entero a los obreros, aquí no hay ni por asomo esa tensión de universos de poder estereotípica del género romántico en la que uno de los amantes está alejado de su objeto de deseo por la rígida barrera de su clase social; aquí la frontera la imponen la masa, el movimiento y la soledad connaturales a la urbe. El mismo Jim se sorprende al darse cuenta de que ha sido premiado con el privilegio del amor, convencido de que su condición no lo hacía merecedor a gozar de la narcosis romántica. Apela así a todos los espectadores democratizando un sentimiento encumbrado por las artes mil y un veces al territorio de los héroes.
Sobra decir algo más, las palabras se le dan mejor a alguien que quiero soñar vio esta película en un viaje de esos que marcan la vida, y que lo hizo sonreír:

“Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraísos ni amores deshojados;
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto”.
Andrés Vélez Cuervo
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