Zwick coquetea con la comedia y el drama para terminar apostando por el romanticismo, aunque siempre desde una óptica eminentemente optimista y de contornos cómicos muy respetuosa para con sus elementos y el espectador. Porque a la cinta cabe reconocerle que, a pesar de hacer de una enfermedad como el Parkinson uno de sus elementos relevantes, no caiga en el dramatismo facilón, los modismos de imposición industrial o evite recorrer en la medida de lo posible caminos ya trillados, demostrándose ser una producción adulta que va más allá del típico envite de estudio para rellenar un hueco en la cartelera. Sin embargo las maneras que promete por el camino anuncian un film algo más interesante de lo que acaba siendo en realidad al final, porque como le suele ocurrir en no pocas ocasiones al cine de Zwick este no sabe no se atreve a salirse de los márgenes de quién le da de comer y afrontar un relato con algo más de valentía y decisión, e intentar con ello afrontar después de tantos años la que pueda ser su PELÍCULA a retener en la que no tire la piedra y esconda la mano. Sirva de ejemplo su anterior 'Estado de sitio', prototipo de película en donde los últimos minutos se retuercen por culpa de la corrección política mainstream. Porque en lo que a su parte pretendidamente más seria y crítica se acaba quedando algo corta, superficial, alzando la voz lo justo para que a nadie le piten los oídos, sin mayor trascendencia que dar una serie de apuntes que luzcan bien ante los que de vez en cuando esgrimen algo de conciencia que termina por estar resuelta sin gloria alguna.

Su puesta en escena es convincente, la relación entre sus personajes está bien definida, el guión presenta un marco que permite unas posibilidades atractivas, la química entre la pareja protagonista funciona y ambos están de lo más acertados en sus papeles, especialmente una muy entusiasta y adorable Anne Hathaway. 'Amor y otras drogas' le aporta algo de honor y calidad al maltratado género de la comedia romántica, un acercamiento con algo más de madurez y buen gusto del que suele ser tradicional en el fast food hollywoodiense. Zwick se mueve como pez en el agua entre medias de ese cine que no es lo suficientemente bueno como para ser candidato a premio alguno pero que tampoco es lo suficientemente malo como para ser despreciado ni tan siquiera un ápice. Se trata de una producción tan apreciable como válida y eminentemente satisfactoria que dará por bueno el importe de una entrada, que nos hará pensar lo justo como para darnos cuenta de que no somos unos auténticos capullos y tenemos nuestro corazoncito. Y evidentemente ya insinuado en su título, nos hará reparar en la cantidad de drogas que necesitamos al día para ser felices, llamemosle amor o Prozac.