Hay pocas cosas más significativas que una sala de cine donde el silencio se puede cortar con un cuchillo, y se escucha hasta el vuelo de una mosca durante todo el tiempo que dura la proyección. Una de dos: o los espectadores se han dormido de aburrimiento, o estamos ante una obra maestra. Aunque no haga falta que diga por cuál de las dos alternativas me decanto, lo voy a decir: esta es una película insólita dentro del cine español y, en mi opinión, casi perfecta. Salí del cine con la sensación de haber asistido a una especie de milagro, una de esas obras a las que no parece sobrarles ni faltarles nada.
Si tuviera que destacar algo- tomado de una crítica- yo mencionaría el respeto a la inteligencia del espectador, al que por una vez no se le marea con clichés políticos ni sociológicos de ningún tipo, ni se le intenta hacer comulgar con ruedas de molino ni chistes fáciles: realismo con mayúsculas, del que- como si se tratara de una droga- siempre se quiere más.
También destacaría 1) la excepcional fotografía, con unas tomas aéreas sobrecogedoras, que casi parecen cuadros 2) Unos diálogos de un laconismo magistral, donde los silencios, lejos de ser los habituales silencios muertos del cine español, dicen casi más que las palabras 3) Unos intérpretes sobrios, carentes de la más mínima afectación y que, más que creerse sus papeles, parecen haber nacido para interpretarlos. Pienso, por supuesto, en los dos (casi en los tres) protagonistas, pero también en el resto del reparto, a los que es casi imposible pillarlos en falta por mucho que uno se esfuerce.
¿Por qué engancha esta obra de la manera en que lo hace? Sin perjuicio de que el director, Alberto Rodríguez, parezca dominar todas las claves del thriller como si nunca hubiera hecho otra cosa, pienso que ello también se debe a que la película navega todo el tiempo entre dos reinos: un tiempo que ya no es ni franquismo ni "democracia" (las comillas son deliberadas). Un mundo en transición, en que los contornos se difuminan (como en los prodigiosos crepúsculos de las marismas que con tanta frecuencia se nos muestran), un lugar en donde los esquemas morales ya no nos valen, donde todos son esclavos de sus circunstancias.
Y presidiéndolo todo una naturaleza hostil y casi maligna, el equivalente andaluz del sur profundo de algunas novelas de Faulkner, que es casi la verdadera protagonista de la obra.
Esta película, sin duda, se merece el Oscar. Otra cosa es que el Oscar se la merezca.