Álex de la Iglesia es un director que deja su sello siempre, quizás en 'Los crímenes de Oxford' es donde está menos reconocible, pero las demás comparten su visión esperpéntica de la sociedad española, aunque sin renunciar ni mucho menos al humor. Además el director bilbaino suele ir de más a menos en sus películas, dando la sensación de que se ha tirado piedras contra su propio tejado, y de no saber rematar sus películas (con excepción de 'La comunidad').
'El bar' es un ejemplo más de todo ello.

En este caso se nos pone en una situación muy similar a la de 'la niebla', la película de Frank Darabont basada en un relato de Stephen King. Otros la compararán con 'el ángel exterminador', pero en ese caso las similitudes son mucho menores y sólo comparten el hecho de que los protagonistas no pueden salir del recinto en el que están, aunque en el caso de 'El bar' al igual que pasa en 'La niebla' la imposibilidad de salir no es algo inexplicable e intangible, sino de pura lógica.

La película empieza con un original plano secuencia en el que se nos presentan a algunos de los protagonistas de la película dirigiéndose hacia el bar que da nombre a la cinta. Álex de la Iglesia ofrece una intrigante y surrealista premisa inicial, y en esos primeros 30-40 minutos es donde parece que está vez sí logrará hacer una gran película. Sin embargo conforme avanzan los minutos los excesos y la escatología se adueñan demasiado tiempo de la pantalla, y se da algún paso bastante torpe para crear tensión o llevar al extremo la situación (como si hiciese falta).

En cuanto al reparto cabe destacar que como ya ocurriese en 'Las brujas de Zugarramurdi', Mario Casas sale de su zona de confort y muestra algo diferente, de las pocas interpretaciones en las que no me ha chirriado. También a Terele Pávez, una fija en la filmografía de De la Iglesia. En general todos están bastante correctos, incluso Jaime Ordóñez con un personaje mal escrito en mi opinión.

A ver si en 'Perfectos desconocidos' el director sorprende y completa una buena pelicula. Hay ganas, porque ya son muchas veces las que nos ha dejado con la miel en los labios.