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Voto de Scott Carey:
2
Thriller. Intriga Clyde Shelton (Gerard Butler) es un hombre que lo ha perdido todo: diez años atrás su mujer y su hija fueron brutalmente asesinadas, pero el verdadero criminal no fue condenado. El responsable de esta injusticia es Nick Rice (Jamie Foxx), el ambicioso ayudante del fiscal del distrito, que hizo un pacto con el abogado de uno de los asesinos. Pero Clyde no ha olvidado lo sucedido, y ha esperado todo este tiempo para poder llevar a cabo su ... [+]
15 de mayo de 2010
33 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos encontramos ante un tipo de película que, sin pertenecer al género de la comedia, obliga a visionarse con un cierto sentido del humor, pues de lo contrario se corre el riesgo de no acabar de verla en su totalidad. El argumento es sencillamente delirante, increíble, se diría que por momentos parodia a los films de esta clase. Lo malo, claro está, es que el director se la toma muy en serio, y el responsable del guión teje una historia a base de darle vueltas a la tuerca de lo imposible. Da la impresión que a cada nueva hazaña del psicópata co-protagonista se puede girar un poco más esa tuerca, hasta que, evidentemente, se acaba pasando de vueltas.

Una película que a pesar de tratarse de un producto de mero entretenimiento, esconde una cierta ambiguedad moral en determinados momentos del film. Con un discurso bastante simplista y ciertamente pueril, se nos plantea la disyuntiva de cómo actuar ante una justicia corrupta que perjudica a la víctima y beneficia al delincuente. La forma más simple y directa, es decir tomarse la justicia por su mano, es por la que opta el personaje encarnado por Gerard Butler. Pero no se trata de una venganza en caliente, al contrario, es fría y calculada. Se deleita con cada uno de sus actos. Lo peligroso del asunto es que el personaje está escrito de manera que hasta puede despertar simpatías, con lo que la justificación de la pena de muerte parece servida.

Es decir, que además de encontrarnos con una película con un guión delirante, realizada de forma mediocre y con unas interpretaciones poco brillantes, desprende un cierto tufo fascistoide. Lo más penoso de hacer el ridículo es hacerlo sin ser consciente de ello, hacerlo estando absolutamente convencido que dejas al espectador boquiabierto con tu gran talento y tu ingenio desbordante. Al menos si te das cuenta del patético resultado de tu obra dispones de un cierto grado de posibilidades de no repetirla. Me temo que los responsables de este film no habrán llegado a esta conclusión.
Scott Carey
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