Ante todo decir que “Django” es una excelente película, la analices por donde la analices, ni tan siquiera el hecho de no ser la mejor película de Tarantino o de ser un salvaje divertimento sin demasiado sentido evita que estemos ante una película de calidad que entretiene de esa manera que deseas que nunca acabe. Las interpretaciones (como en toda la filmografía de Tarantino) rozan ese magnífico equilibrio entre drama y comedia que tan bien hace a los actores (por encima de todos destaca Cristoph Waltz en un papel a medida y buena química con Jamie Foxx) y es que “Django” no deja de ser una de esas buddie movies (películas protagonizadas por una pareja de policías de diferentes caracteres) trasladada a un oeste divertido, salvaje, sucio, excesivo y jodidamente entretenido. Tarantino maneja el tempo de las escenas con una sabiduría que ya querrían muchos artesanos de toda la vida, trufado de diálogos fantásticos, dominio en todos y cada uno de sus excesos y cruce de géneros. Salvaje hasta decir basta, contemplamos todo el exceso que nos ofrece Tarantino con la alegría del niño que come un helado a escondidas. Pero de nuevo hay que dejar claro que todos estos homenajes, excesos y salidas de tono no evitan que estemos ante una buena película, ejemplo de lo que debería ser el cine, sin complejos, entretenimiento de calidad. No es la típica gamberrada del niño mimado de Hollywood, en “Django” hay buen cine, bien narrado, magníficamente rodado y deliciosamente escrito. ¿La parte negativa? A Django le sobra mas de media hora (sobre todo en su tramo final) pero es una media hora mala que ya les gustaría tener a las buenas películas. Hay ciertos problemas de guión a medida que avanza la película pero estamos disfrutando tanto que se lo perdonamos todo a Tarantino. Una película recomendable para cinéfilos sin complejos.
Lo mejor: Cristoph Waltz. La férrea dirección de Tarantino. La hilarante escena del KKK.
Lo peor: la trivialidad de la propuesta. El tramo final de la película flojea demasiado por problemas de guión.